
Salud
La eterna duda en la cocina: qué tipo de sal conviene más según los nutricionistas
Muchos la prefieren por considerarla más natural, pero la realidad nutricional es tozuda. La pugna en los lineales entre la sal marina y la yodada esconde una verdad de salud pública mucho más importante

El debate en los pasillos del supermercado parece eterno. ¿Sal marina o sal de mesa? La elección, sin embargo, esconde una trampa, una falsa dicotomía que desvía la atención de lo verdaderamente importante. La ciencia es contundente al respecto: la verdadera batalla para la salud no está en el tipo de sal que se elige, sino en la cantidad total que se consume. El objetivo primordial para prevenir la hipertensión y los problemas cardiovasculares es no superar los 5 gramos diarios de sal, el equivalente a unos 2.000 miligramos de sodio.
Sin embargo, aunque la moderación sea la clave, si hubiera que decantarse por una opción en el estante, las organizaciones sanitarias internacionales tienen un claro ganador. Existe una elección claramente superior desde la perspectiva de la salud pública: la sal yodada. La razón es simple y de una lógica aplastante, ya que ataca de raíz una de las carencias nutricionales más extendidas y silenciosas del mundo.
De hecho, la sal se convierte en el vehículo perfecto para administrar el yodo, un micronutriente absolutamente esencial para el correcto funcionamiento de la glándula tiroides y, por extensión, para el desarrollo neurológico, sobre todo durante la gestación. La deficiencia de yodo puede provocar desde bocio hasta graves alteraciones cognitivas, una amenaza que organismos como la OMS y UNICEF llevan décadas combatiendo con la promoción de la yodación universal de la sal.
El mito de la sal marina y la realidad del sodio
En este sentido, la extendida creencia de que la sal marina es una alternativa más saludable por su riqueza en minerales carece de fundamento científico. Los expertos señalan que el contenido de estos "minerales traza" es tan residual que sus efectos sobre el organismo son, a efectos prácticos, nulos. Las diferencias nutricionales entre la sal marina sin tratar y la sal de mesa común son prácticamente inexistentes.
Por otro lado, ambas variedades comparten una composición casi idéntica en lo que más preocupa a los médicos: el sodio. Tanto una como otra contienen alrededor de un 40 % de este elemento, que es el principal factor de riesgo cardiovascular. Por lo tanto, optar por la sal marina pensando que es más beneficiosa para el corazón es un error, pues el impacto sobre la tensión arterial será exactamente el mismo que si se usara la sal de mesa corriente.
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