Famosos

Crónica de unas maletas

«Esta semana me he sentido una mujer que viaja ligera de equipaje por primera vez en mi vida», asegura Carmen Lomana

Carmen Lomana
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«Esta semana me he sentido una mujer que viaja ligera de equipaje por primera vez en mi vida», asegura Carmen Lomana.

Hay viernes en los que estoy demasiado dispersa para escribir. No me concentro, no se me ocurre nada. Siempre coincide con semanas o meses que he salido de mi rutina para viajar como un zascandil de un lado a otro. Soy una mujer muy disciplinada a la que le gusta tener rutinas y manías. A estas alturas de mi vida las manías son imprescindibles. Una de ellas es escribir siempre en el mismo sofá, tumbada a lo largo y hundiendo mi cabeza en mullidos cojines. Comienzo después de tomarme un té y me siento muy feliz ante mi IPad en blanco. Nunca se qué voy a contarles, exceptuando esas semanas en las que una no puede sustraerse a los hechos importantes que han sucedido. Pero esta semana para mí está en blanco. Me he dado el gustazo de no leer ni un periódico ni escuchar la radio, que es mi rutina favorita, junto con el desayuno, nada más despertarme.

Los viajes últimamente me producen ansiedad, pero no por ir al encuentro de lo desconocido, cambiar de ambiente o alejarme de mis lugares familiares. A mí lo que me desestabiliza es ese momento maleta, del qué me llevo. Nada admiro más que esas personas que viajan con una diminuta maleta que no necesitan ni facturar y, sin embargo, cada día les veo divinamente arregladas. Me parece magia, una especie de cajón de sastre del que fuesen saliendo prendas que nunca entenderé dónde estaban. ¿Seré capaz alguna vez de hacer una maleta mini? Cuando salgo de mi casa rumbo a cualquier lugar parece que ya nunca más vaya a volver. Soy lo más parecido a la Piquer y sus baúles. Con lo cual, la trabajera que me espera para ordenar todo cuando llego y volver a guardar en la maleta cuando me voy –zapatos, bolsos, objetos de aseo y belleza, incluida «bisuta»– es tremenda.

Esta semana me he sentido una sencilla mujer que viaja ligera de equipaje por primera vez en mi vida. Todo es relativo y siempre hay dos formas de enfocar la realidad. Aquello que para unas personas es excesivo para otras es lo normal. Estaba invitada en Mallorca a la primera Fashion Week de la isla. Un día antes de salir cenaba con unos amigos en Amazónico, el restaurante de moda de Madrid, que en cierta forma también es un viaje a un mundo exótico. Me comentaron que ellos también iban a Palma y lo ideal sería ir juntos los cinco en su avión (jet privado). Me pareció un planazo olvidarme de la terminal 4 de Barajas, estos días a reventar de gente. Quedamos al día siguiente a las 11:00 en la Terminal Ejecutiva con la delicia de no hacer colas ni «checking». Cuando has probado viajar así todo lo demás te parece muy barato. Me dispongo a esperar a mis amigos tomando un delicioso desayuno cuando aparecen alegres. Sin parar de hablar y reírnos nos dirigimos al avión, que estaban cargando en ese momento. Había una media de 12 maletas, bolsos, «vanitys», mochilas... Todo de Vuitton y Hermes y, en un rinconcito, se vislumbraban las mías, humildes, vulgares... Solo dos y de esas que llevamos la mayoría: ligeras, pero todas iguales a las que ponemos un lazo para saber cuál es la nuestra. Pensé: Carmen, por fin lo has conseguido. Tus dos amigas llevan para dos días 12 maletas y tú solo dos. Tengo que reconocer que me sentí liberada, pero muy «working class».

No sé si a ustedes les ocurre, pero ese «me lo llevo por si acaso» es lo que nos mata y hace que paseemos la ropa. Esta crónica la empecé en el AVE camino de Málaga, feliz de volver a mi querida Marbella, y la estoy terminando ya en mi casa, preciosa, blanca, sencilla, llena de luz y flores. Aquí encuentro la armonía y la paz. Me gustaría que el tiempo se parase en este instante del comienzo de las vacaciones, de expectativas de abandonarse a lo desconocido del verano, quizá a un nuevo amor, a planes sin horarios ni obligaciones, y fundirse con el mar y la naturaleza. Eso mismo les deseo...