Famosos

Los hijos de Sara Montiel hacen borrón y cuenta nueva

Malvendieron la casa del barrio de Salamanca, subastan gran parte de los recuerdos y apenas tienen relación con los íntimos de la gran diva. Thais ni se habla con Mercedes, su madrina.

los hijos, a la izd., través de la joyería madrileña Molina Cuevas, han puesto a la venta alrededor de 1.000 objetos propiedad de la fallecida Sara Montiel, sobre estas líneas
los hijos, a la izd., través de la joyería madrileña Molina Cuevas, han puesto a la venta alrededor de 1.000 objetos propiedad de la fallecida Sara Montiel, sobre estas líneaslarazon

Malvendieron la casa del barrio de Salamanca, subastan gran parte de los recuerdos y apenas tienen relación con los íntimos de la gran diva. Thais ni se habla con Mercedes, su madrina.

Sorprendente e inesperado; convicta socialista pre-Pedro Sánchez, Sara Montiel conservó las pulseras –tres– que cada l8 de julio regalaba Franco a los que actuaban para él en día tan simbólico. Y como oro en paño, de eso se trataba. Sólo han pasado tres años y su mito crece, se agranda y recuerda vivamente. Las televisiones constantemente programan su filmografía, que va desde «El último cuplé» a «Esa mujer», de Mario Camus con guión de Antonio Gala. Perpetúan un tesoro que previamente habían descubierto México y Hollywood, donde filmó con Burt Lancaster –que la detestaba–, Rod Stgeiger y Gary Cooper. Su «Veracruz» es historia del western, junto al rígido Mario Lanza. Fue amiga del entonces joven Charles Bronston, que le hacía ojitos, y los inolvidables Marlon Brando y James Dean, a los que preparaba un desayuno de huevos fritos con ajos «al estilo manchego».

Hay una foto reveladora de tamaña intimidad con Dean en plan mariquita haciendo aspavientos. La tengo enmarcada porque me la dio sellando una amistad de casi cincuenta años, que tuvo muchos altibajos. Como cuando tras casarse con el cubano Tony Hernández, lo seguía negando y en «Tómbola» la llamé «payasa embustera». Tardó en perdonármelo. Pero lo hizo... generosa. Comprendió mi cabreo ante tal rebaja de su fama. Su grandeza iba mas allá del cine, al que aportó una belleza única superior a la de la mas artificiosa Elisabeth Taylor y la marmórea Ava Gardner, que sólo se animaba cuando se pasaba de copas.

En el salón de su casa Sara tenía una foto de Melina Mercouri, actriz, cantante y política, pasándole la mano por la nuca, que era una declaración de amor. A la griega creadora de «Nunca en domingo» se le derretía la mirada, en devoción similar nunca escondida tal la que Remedios Cervantes mostró por Rocío Jurado. Ellas nunca entraron al quite, pero la chipionera roneaba. Sara era más seria y, aunque fue un icono erótico, jamás la oí un comentar sobre sexo. Parecía no existir para ella, quizá consecuencia de su desigual primer matrimonio con Anthony Mann, Chente Ramírez Olalla, que tras el cuplé pretendía retirarla del cine, y el Pepe Tous que gastó su patrimonio. Era dueño del Teatro Balear y de «Última Hora», pero se entregó a aumentar el éxito mas allá del cine. Le montó espectáculos en el Paralelo alternando con Lorenzo González, el Jorge Sepúlveda de «Mirando al mar», Paco Morán o Mary Santpere. Luego haría reaparecer a Celia Gámez y Olga Guillot. En La Latina de Lina Morgan formaron show único donde, celosos de su triunfo, a la cubana le incumplieron lo prometido: traerle de México a su hija Olga María o alojarla en un cinco estrellas. La instalaron en un triste apartamento de la calle Orense y la reina del bolero bramaba como al cantar «Teatro, lo tuyo es puro teatro». Menuda era mi negra sintiéndose estafada. Su éxito lo superó todo. Está en la historia.

Como también en la subasta y desguace del ático que Sara tenía en Núñez de Balboa-Goya, justo enfrente de la iglesia de la Concepción, donde hicieron sus funerales ante una Marujita Díaz exigiendo sentarse en primera fila «porque soy como de la familia». Resultó esperpéntico y Thais y Zeus la dejaron patalear, igual que ahora deshacen colecciones que Sara conservó y aumentó. Guardaba cuanto le regalaban convirtiendo el dúplex en un rastrillo. Hay trastos que ahora venden por cinco euros, nada que ver con las cerámicas de Picasso y Dalí, el Eugenio Lucas tan goyesco o un Miquel Barceló de su primera época comprado barato por Tous en el estudio mallorquín del actual «number one» de nuestra pintura. A Pepe lo acompañé mucho por el barrio gótico barcelonés buscando piezas art decó que nos entusiasmaban. Bien lo sabe la Carmina de «Arca de l’Avia», que le encontraba bomboneras y pitilleras, ahora deseo de los mitómanos.

Sus hijos –Thais y Zeus– sabían que el piso les venía grande. Les costó venderlo –yo diría que malvenderlo– porque las habitaciones eran pequeñas, especialmente la de su hermana Elpidia, que siempre me guardaba pan del que horneaba en casa. Necesitaban modernizarlo. Tenía saltados los azulejos de la piscina. Todo un tanto descuidado, pero cómodo y muy vivido donde Sara atesoraba tajes de Balenciaga y Dior, que colgaba junto con sus ibicencos vestidos. Ibiza le debe un homenaje por como promocionó la moda ad lib. Borrón y cuenta nueva: Thais no se relaciona ni con Mercedes, que la amadrinó tras venir de Brasil, y a quien no dio ni el pésame al perder mal a su hija. Fue íntima de Sara. Zeus vive con su novia, el riñón forrado, y su hermana hace lo que puede. Que ya le tocaba.