Literatura

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Cernuda y Sevilla, la herida abierta de un poeta con su ciudad

El poeta Pablo García Baena participó ayer en un encuentro sobre él en la capital andaluza
El poeta Pablo García Baena participó ayer en un encuentro sobre él en la capital andaluzalarazon

Paseaba Luis Cernuda desde Inglaterra por Sevilla en su memorial del exilio llamado «Ocnos» para recordar a José María Izquierdo. La figura del intelectual sevillano, pasando las horas en la biblioteca del Ateneo, sus salidas nocturnas, los paseos habituales junto al río, lo oscurecido de su personalidad, atrapada bajo la pátina con la que todo quiere igualar la ciudad, le servía al poeta exiliado para lanzar el dardo más doloroso contra el lugar en el que vio la luz por primera vez. No se explicaba Cernuda cómo podía mantener su existencia el ateneísta entre las paredes de esta casa de papel que todo transpira y repele a la vez. Una cárcel para espíritus sensibles incapaces de soportar el tedio de los arribistas sostenidos por el sistema provinciano y retrógrado que alimenta sin cesar Sevilla.

Para Cernuda, la explicación se basaba en un «error de amor. El amor a la ciudad de espléndido pasado, cuyo espíritu acaso quiso él resucitar, dando para ello lo mejor que tenía, sacrificando su nombre y su obra». Mientras volvía los ojos al pasado, el poeta, de sensibilidad hipertrofiada, recordaba en las páginas de aquel libro genial las leves alegrías y el inmenso dolor que le causaba pensar en aquellos años de infancia y adolescencia, cuando tuvo que lidiar contra las primeras incomprensiones, principalmente en el seno de su familia.

Años más tarde, en el último capítulo de su exilio, fallecía hace 50 años en la casa de Concha Márquez, ex mujer de Manuel Altolaguirre, de una manera casi rutinaria y sosegada, como quien hace algo cotidiano. Levantarse temprano, mirar un poco por la ventana, sacar una cerilla distraídamente y morirse. Paloma Altolaguirre, que fue quien encontró el cuerpo, recordaba que su vida en la casa de Coyoacán era simple, reiterativa, alejada del tópico de la torre de marfil y de la hiperestesia de Juan Ramón. Se trataba de la vida de un tipo normal que iba al cine, llevaba a los críos de la casa al colegio, marchaba a la universidad y por la noche cenaba un sandwich antes de ponerse a leer pero que sabía que en el futuro le recordarían como a uno de los grandes. «Habrá admiradores que buscarán nuestras pasos y seremos legendarios como Bécquer y Garcilaso», le escribió a su madre en una carta. Por contra, mantenía ese sentimiento contra los que fueron sus primeros compañeros, los amos de la incomprensión que hubieran permitido y alentado un final similar al de Federico García Lorca, pues contenía en su persona todo por lo que fue asesinado el granadino. Poeta, republicano y homosexual, sabía perfectamente lo que pensaban de él y lo que pensaba de ellos. «No me queréis, lo sé, y que os molesta /cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende. /¿Culpa mía tal vez o es de vosotros?».

Medio siglo después de morirse en el exilio mexicano, Sevilla realiza un tibio recuerdo a su figura personal y poética. Casi a la manera en la que en 2002 se celebró el centenario de su nacimiento. Se trata de un ciclo de conferencias titulado «A un maestro presente: Luis Cernuda», que pretende resanar la herida abierta entre la ciudad y el poeta. Un encuentro para restaurar algo el desapego que siempre mantuvo el «establishment» con su manera de entender el mundo, la poesía y su propia existencia. El primero de dichos encuentros lo protagonizaron ayer en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras Pablo García Baena y Rogelio Reyes Cano bajo el título de «La voz poética de Luis Cernuda».