Literatura

Córdoba

«La transición fue una fantasía de liberación femenina»

En «Éramos mujeres jóvenes» (Fundación José Manuel Lara) la escritora Marta Sanz se adentra en el despertar sexual de una generación.

Marta Sanz
Marta Sanzlarazon

En «Éramos mujeres jóvenes» (Fundación José Manuel Lara) la escritora Marta Sanz se adentra en el despertar sexual de una generación tomando el testigo del mítico «Usos amorosos de la postguerra española» de Martín Gaite.

Marta Sanz narra en «Éramos mujeres jóvenes» (Fundación José Manuel Lara) el despertar sexual de su generación durante los años de adolescencia de un país que, muerto edípicamente y físicamente el Caudillo por la gracia de Dios, soñaba con beberse la vida de un sorbo. Una época que desgrana en los Encuentros de LA RAZÓN auspiciados por la Fundación Cajasol.

–¿Cómo nace «Éramos mujeres jóvenes»?

–Sale de la iniciativa de la Fundación José Manuel Lara. Consideran que, tras «Lección de Anatomía» y «Daniela y la caja negra», soy la persona adecuada para tomar el relevo de aquel libro mítico de Carmen Martín Gaite que era «Usos amorosos de la postguerra española». Para dar esa visión panorámica, decidí intercalar momentos que tenían que ver con mi experiencia con las respuestas a un cuestionario que pasé a cinco mujeres y que de manera milagrosa fue rebotando hasta que tuve que decir: «Frenad que no soy el INE». Me dio la pista de las ganas de las mujeres de hablar de este tema.

–¿Tiene que ver entonces con el autoexhibicionismo?

–No se trata tanto de autoexhibicionismo o impudor como de la necesidad de comprenderte. Cuando escribí «La lección de anatomía», me di cuenta hasta qué punto la memoria era un músculo que en la medida en que lo desarrollas va recordando cosas que creías que no ibas a recordar nunca y te ayudan a entender tu posición en el mundo, de dónde vienen ciertos miedos y seguridades. Por eso la gente estaba ávida de responder.

–¿Esa identidad sexual femenina desde qué cimientos se construye?

–Cuando muere Franco en el 75, tengo 8 años y tengo un recuerdo fundacional de la construcción de mi sexualidad en torno al 77-78, coincidiendo con las primeras elecciones. Esa metáfora precisamente que hace coincidir la pubertad de ciertas mujeres y hombres con la de un país funciona en «Daniela Astor y la caja negra» y en esta obra. Se ve una combinación de esperanza por lo que puede pasar; y por otra parte, miedo. Esa metáfora de la expectativa respecto al propio crecimiento sexual y erótico es trasladable al sentimiento del país. Supone un gran entusiasmo, una gran felicidad después de los años de moral nacionalcatólica represiva y, al mismo tiempo, miedo.

–Un «a ver si no lo estropeo».

–En el 81 está el «Tejerazo» y el miedo que se tenía en aquella época a un levantamiento militar. Recuerdo a mi abuela –y lo cuento en «Los mejores tiempos»– el día después del golpe quemando libros porque se acordaba del 36. Las mujeres de esta generación veníamos de los relatos de las madres y de las abuelas y dependiendo de cuál fuera la extracción social y cultural eran muy variados. En mi caso, se junta un relato que tiene que ver con la tachadura del cuerpo femenino, la culpabilidad, la suciedad asociada al sexo femenino. Pero esos relatos que probablemente a mi madre le quedaban de una extracción rural castellanovieja profunda y de una educación en un colegio de monjas se juntan con una nueva educación porque pertenece a esa primera generación donde las mujeres comienzan a entender la emancipación, la incorporación al mercado laboral, a reivindicar los derechos que tienen que ver con su cuerpo y su salud. Mi formación viene de esos relatos y también de ese comienzo de la democracia donde se juntan ambiguamente muchos relatos diferentes. Vivimos ese momento raro y oscuro y al mismo tiempo el comienzo de la pedagogía moderna, del libro rojo del cole, de la eclosión de las bellas imágenes del destape, de «La trastienda» de Jorge Grau, de ese otro tipo de mujer que nos ofrecían los medios y sobre todo la cultura, el cine, la TV, todas estas cosas.

–¿No hay una especie de hemiplejia constante en reivindicar solo el universo femenino? También le decían a los chicos: «Si gozas, eres un guarro».

–O se quedaban cieguitos.

–Y salían granos. Quizá el estado general era ruinoso, no sólo por la parte femenina.

–El estado general de la moral imperante era absolutamente ruinoso en un género u otro. Por una parte había unas perversiones y unas represiones y, por otra, había otras.

–Sobre todo en lo sexual, a partir de los 50 el régimen intenta hacer una apertura. En lo sexual es verdad que había un germen diabólico.

–Había un tabú. Esa represión afectó tanto a los hombres como a los mujeres, con singularidades, pero arrasó esa generación. Fue muy refrescante y muy liberador que de repente la niña cantarina del Franquismo, que era Marisol, apareciera desnuda en Interviú. El punto de partida de las mujeres respecto a su propio cuerpo ha sido mucho más represivo. Este libro habla de esa vivencia represiva en el ámbito de la intimidad, de la casa, de la familia, de las relaciones afectivas. También trata de relacionar ese ámbito de la intimidad con el espacio público, donde las mujeres seguimos estando en desventaja. El problema es que nuestra diferencia se convierte en desventaja. Sigue habiendo techos de cristal, brecha salarial, las mujeres siguen siendo las primeras damnificadas en momentos de crisis, sigue existiendo terrorismo machista. Este libro no se plantea en términos de lucha agresiva contra los hombres. Trata de visibilizar cosas de nuestra sociedad que yo creo que no funcionan, y que no pasa nada por decirlas pero sí pasa. En cuanto abres la boca, lo más bonito en los foros de Internet es «feminazi» y fuera, gente que te dice que el feminismo es lo contrario del machismo. Y tienes que hacer la pedagogía de decir que el machismo es una lacra social, que es una enfermedad, que es el resultado de siglos de desigualdad y de patriarcado que está en el ambiente. El feminismo es un discurso corrector que surge en ámbitos académicos y luego tiene una aplicación a la vida política activa para que las diferencias no se conviertan en desventaja.

–¿Hubo un efecto rebote?

–Después de esas primeras bellas imágenes del destape, eso derivó en una ultrasexualización y fetichización del cuerpo de las mujeres hasta vivir los extremos de violencia quirúrgica de este momento, donde hay mujeres que se operan los genitales para tener pubis infantiles o que se asemejan a algo que es falso: las estrellas de los videojuegos. Muchas mujeres asumen unas expectativas respecto a su propio cuerpo que lo violenta y en el fondo lo que están haciendo es reproducir una expectativa erótica masculina.

–¿Cuando acabó la movida y se llegó a una edad más madura, en qué quedaron las expectativas?

–Muchos años se vivió una especie de fantasía de la liberación femenina y de la igualdad femenina que asumimos las propias mujeres y nos hizo mucho daño. Pensamos que no teníamos nada que corregir. Desde el punto de vista sentimental o erótico, por liberarnos, emanciparnos, hay muchas veces que las mujeres impostamos un discurso antirromático, antifamiliar, que a la larga nos hace daño. No tengo por qué ser más fuerte para superar la soledad que un hombre.

–En el libro muchas mujeres lamentan que los hombres interesantes están casados o son gays.

–El romanticismo nos ha hecho mucho daño, culturalmente, porque nos acercó a modelos de sometimiento, de dulzura, o musa o puta, ese tipo de simplificaciones de la condición femenina. Pero el antirromanticismo y el alejamiento de las mujeres de la idea de la fraternidad también nos ha hecho mucho daño.

–¿Esa emancipación empezó en el sexo y terminó ahí?

–Es superficial y se asocia a la vivencia de una sexualidad, más o menos radical o extrema asociada a lo que se puede comprar o vender. Por ejemplo, el modelo de mujer «Sex in New York», que me horroriza.

–No deja de ser una comedia

–Pero no me hace gracia. Si la libertad de las mujeres pasa porque mi sexo no se culpabiliza pero todas las mujeres tienen un vibrador y al final se quieren casar con Mister Bean... Como si Cenicienta supiera usar juguetes eróticos y se convirtiera en una consumista del sexo. En el mundo en que vivimos, la pornografía es la banalización capitalista del sexo. Hemos pasado de la negación de la sexualidad del cuerpo de las mujeres a una sobreexposición que nos convierte en consumistas y contorsionistas para complacer al hombre.

–Respecto a las nuevas tecnologías para ligar, haciendo un guiño a Eco, ¿se considera una apocalíptica del Tinder?

–No quiero ser una apocalíptica de nada pero tampoco una integrada. En esta especie de fascinación tecnológica creo que hay mucho de ciberfetichismo, de consumismo, y no sé si nos hace daño como seres humanos pero sí sé que nos está cambiando. Tengo la convicción aquella de que la función hace al órgano. Respecto al Tinder, soy una mujer nacida a finales de los 60 y me siento obsolescente como una lavadora, prematuramente, porque me doy cuenta de que mi niñez no tiene nada que ver con la actual. La historia ha cambiado en pocos años de una manera de tremendamente vertiginosa. Yo viví la anécdota que cuento en el libro: estaba en un congreso de poesía en Córdoba y había una chica que tenía a medio congreso con la boca abierta y decía: «En Córdoba no se liga nada» porque en el aparatito no le salía nada. Chica, primero, toca, huele. Me parece una gran pérdida para los seres humanos de los vínculos fuertes. Lo cuento en «Farándula». Para el amor y para la política, tenemos que volver a reivindicar los vínculos fuertes.

–Horacio ya se queja de la impudicia de los tiempos. Los nuevos usos le sorprendieron a Horacio y nos sorprenden a nosotros.

–Algo tiene que ver con la edad, pero también con que se trata del periodo de la historia con más cambios en menos tiempo. Estos cambios tecnológicos juntados con la edad, nos han hecho a todos más elegíacos. Otra cosa que me preocupa mucho es que utilizamos continuamente la nostalgia como dispositivo para convertir todo el pasado en eufemismo. La nostalgia para vender. Hay bancos que me quieren vender una cuenta con «Vicky el Vikingo», apelando a las partes blandas de mi mentalidad de niña y de mi memoria.

–Se tiende a confundir el pudor, un sentimiento sano, con la mojigatería. ¿Este libro sirve para hablar con naturalidad?

–Vivimos absolutamente constreñidos entre los dictados de la correción política y la idea de que la libertad de expresión es lo mismo que el exabrupto, que el insulto. En este libro ha sido muy importante ver que estos relatos no son impúdicos porque nos ayudan a reflexionar en voz alta con temas que no tenemos resueltos. Este libro es también un canto a la amistad. E igual que había mujeres dispuestas a reflexionar en voz alta sobre aspectos íntimos, también había otras que ni locas.

–La cultura popular está muy presente. ¿En qué medida ha influido para liberar a esas mujeres que vivían en una sociedad pacata, por ejemplo, la frase de la canción de Rocío Jurado: «Hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo»?

–Me parece absolutamente fundacional. Igual que la canción de Luz Casal de «Y no me importa nada». La cultura nunca es intrascendente. Se nos mete en la vida, la metabolizamos y nos sirve para construir valores e incide en cómo se va conformando nuestra sentimentalidad. Por eso es tan importante que las mujeres que colaboran especificaran sus referentes del amor y hablaran de cosas tan dispares como «Grease» y «El amor en los tiempos del cólera». La cultura nunca puede no ser ideológica. Cuando vas a ver a Meg Ryan y Billy Crystal en «Cuando Harry encontró a Sally» te están trasmitiendo valores sobre cómo vivir tu sexualidad desinhibídamente.

–¿Está sobrevalorado el orgasmo femenino?

–Nunca estará lo suficientemente valorado, por Dios.

–¿Ya no se mueren las mujeres sin haber sentido un orgasmo?

–Seguramente en el siglo XVIII, XVII y XVI había mujeres que eran capaces de disfrutar de sus orgasmos divinamente con su imaginación, más allá de represiones. Se trata de que no se te culpabilice por ese placer que es legítimo, natural y maravilloso.

–¿Cómo se sale de Disney?

–Se sale pensado que te vas a encontrar un príncipe azul, con muchas taras... Todos sobrevivimos a Disney. La dificultad y la perniciosidad no reside en los textos sino en las preguntas que se hacen a partir de ellos. Los antiguos cuentos hay que dejarlos como están porque son un muestrario de las parafilias, perversidades y conductas eróticas alternativas más grande que tienes en el mundo.

–¿La felicidad está sobrevalorada por la mediatización?

–Se ha confundido felicidad con un nirvana aproblematizado, una especie de felicidad publicitaria. Veo siempre la botella medio vacía y creo que para ser escritor hay que tener el ojo sucio. Me considero feliz, pese a que lo veo todo muy negro. Con Donald Trump, más.

La Fundación Cajasol acoge los Encuentros de LA RAZÓN.

Entrevista realizada por Pepe Lugo, Lucas Haurie y M. González Q.