Doñana

Ruta del arroz con pato

La Razón
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La puerta natural de Doñana está más cerca de lo que cualquiera se pueda imaginar. Allá por donde el Guadalquivir se abre en tres brazos para formar sus marismas, encontramos rincones de una gran riqueza paisajística y ornitológica. Pasando Gelves y siguiendo el cauce del río hacia tierras de toreros, centauros y garrochistas, atravesamos Coria y La Puebla para adentrarnos en las extensas llanuras de los arrozales. Cultivos que se reproducen por la tartésica vega del «río grande», como le llamaron los árabes. Aquellos cortijos a orillas del Betis que fueron cuna de las ganaderías de más solera de la cabaña brava (Moreno Santamaría, Pérez de la Concha, Pablo-Romero, Miura o Concha y Sierra) son hoy fincas de una producción arrocera mayor aún que la mismísima albufera valenciana. Tierras que se prepararon para el cultivo a principios del siglo pasado, creándose así aldeas como la del poblado de Colinas, antigua colonia de ingleses. A Colinas se llega dirección Aznalcázar. Al final de la aldea, rodeado de pinos, se halla un pequeño santuario gastronómico, «Casa Paco», por el que se accede por una puerta roja, parecida a la Puerta del Príncipe. Además de poder ir en coche o en moto, a «Casa Paco» se puede llegar a caballo, en bicicleta o andando. Jinetes, ciclistas y senderistas acuden también con frecuencia a este antiguo restaurante. Porque allí se sirve el mejor arroz con pato del mundo. Aunque el arroz con perdiz o con pollo de campo, tampoco se atrás. Los pimientos asados con carbón, los garbanzos con cola de toro, venado en salsa o las chuletas de cordero, sobresalen en este auténtico lugar de peregrinación. Y la atención de Paco y su familia, que hacen que su casa se convierta en una pequeña maestranza de la gastronomía marismeña.