Sobre el rejoneo (II)

En el toreo a caballo, nos falta educación taurina. Saber distinguir aquello que se hace de verdad y con pureza frente a otro concepto que busca el aplauso fácil

La pasada semana, hicimos mención al arte de torear a caballo, con motivo de la reciente Feria de San Isidro. Mientras en Portugal se sabe y se entiende mucho de rejoneo (de ahí que también se le denomine como «Arte de Marialva», en España el público acude a un espectáculo que, con frecuencia, desconoce. En el toreo a caballo, nos falta educación taurina. Es decir, saber distinguir aquello que se hace de verdad y con pureza frente a otro concepto que busca el aplauso fácil, sin gran exposición o mérito. Antiguamente, se toreaba a la defensiva, pues los toros eran más violentos y había mayor riesgo en el ruedo. Hoy día, se ha derivado a un rejoneo de cercanías, donde un toro bueno puede dar una vuelta al anillo cosido a la cincha o montura del rejoneador. Torear a caballo es quitar las querencias y saber corregir los defectos del toro. Para ello, es fundamental tener capacidad de lidia y llevar al toro con temple. Hay que saber mandar a los caballos. No ir a toda velocidad o por sorpresa, sino dejarse ver y citar de frente. En el rejoneo clásico, se clava cuarteando al toro, describiendo una semicircunferencia en el ruedo. Lógicamente, cada caballo tiene su sitio. Los hay ágiles y flexibles, propios para parar el toro. Más artistas y expresivos, para el tercio de banderillas. Y otros que llegan con facilidad a la cara del toro, y se utilizan para las banderillas cortas y para la suerte suprema. A comienzos del SXX, Antonio Cañero, militar cordobés que empezó rejoneando con el traje de corto campero, solía utilizar jacas que habían trabajado en ganaderías bravas. Cañero comenzó rejoneando los toros en puntas y solía sortear con los matadores con los que compartía cartel.