Castilla y León

Valladolid vuela como los pájaros

Tándem que forman el instructor y una saltadora en el momento de la caída libre
Tándem que forman el instructor y una saltadora en el momento de la caída librelarazon

Fin de semana repleto de emociones y de ‘‘subidones’’ de adrenalina. El aeródromo vallisoletano de Matilla promueve el salto de paracaídas desde 4.200 metros para todos los que lo deseen y ha organizado un evento de tres días, que concluye hoy, por el que pasarán cerca de doscientas personas de entre 18 y 50 años que van a volar como un pájaro durante al menos cinco minutos. Bien de forma individual para expertos que tengan licencia, o bien en tándem junto a un instructor. Es la primera vez que este aeródromo, que lleva 25 años implantado en Valladolid, ofrece esta actividad que antes sólo se realizaba en el aeropuerto de Villanubla, pero a nivel militar. «Queremos fomentar este deporte aéreo en Castilla y León porque es algo que nos falta», señala a LA RAZÓN Antonio Bermejo, uno de los miembros de la organización de este aeródromo, que cuenta también con una escuela de vuelo en la que se enseña a pilotar un ultraligero o una avioneta privada, y ahora también naves no tripuladas, más conocidas como drones.

Bermejo explica que cualquier persona puede saltar, «ya que -dice- no hace falta un físico especial para hacerlo, sino que sólo se necesitan ganas de disfrutar de una nueva experiencia y algo de valentía, aunque no todo el mundo se atreve». En este sentido, asegura que el salto en paracaídas «engancha» y que todos los que lo prueban, cuando tocan el suelo con los pies, lo primero que dicen es que quieren repetir la experiencia y que no han pasado miedo. Fernando Valdeón, jefe de la Escuela de Pilotos, también está disfrutando de este apasionante fin de semana, en el que la meteorología está acompañando para la práctica de esta actividad. Cuenta que el ascenso se lleva a cabo en un avión de turbina con unos diez pasajeros a bordo, y que una vez que se realiza el salto se produce una caída libre a una velocidad de 200 kilómetros por hora durante casi un minuto, hasta que el instructor abre la campana y se empieza a volar y planear durante unos cinco minutos hasta aterrizar. «No hay sensación de velocidad y parece que flotas en el aire», concluye Antonio Bermejo.