Gastronomía
Cocina tradicional abierta a las nuevas tendencias
Carlota basa su oferta en platos catalanes
Carlota basa su oferta en platos catalanes.
El restaurante Carlota es tradición, reinterpretada y puesta al día pero cuyas raíces siguen ancladas en la forma de hacer y la autenticidad de lo tradicional.
Nació hace medio siglo como Alba París, un restaurante de cocina catalana de toda la vida, un lugar con personalidad, pero con la inauguración del Alba Granados, su hermano mayor y buque insignia del Grupo Alba, fue perdiendo peso en favor del nuevo restaurante y, por consiguiente, también personalidad. Ahora, tras el cambio de propiedad del pasado mes de diciembre, el establecimiento ha dado un giro hacia sus orígenes para recuperar su esencia y carisma.
«Queremos volver a ser el Alba París de toda la vida», señala Ricard Antonín, socio y encargado del restaurante, es decir, «un lugar de cocina catalana y de mercado, en el que se trabaja con producto fresco y de temporada, elaborado al momento». Sin embargo, tal y como destaca el propietario, pese a conservar su base clásica y tradicional, «en el Carlota no nos cerramos a nada». «Trabajamos con recetas tradicionales catalanas mejoradas, a las que siempre que podemos les damos una vuelta, pero también con otras de otros países», aclara.
Por otra parte, Antonín hace hincapié en que se trata de una cocina de temporada, por lo que la oferta se adapta a la estacionalidad de la materia prima. En este sentido, la carta sufre modificación cada temporada y además ésta se complementa con las sugerencias, que no son más que «aquellos platos y productos que al chef le da por comprar y hacer». Esta semana, por ejemplo, los protagonistas son los níscalos.
En cualquier caso, sobre la mesa del Carlota todo debe ser compartido. «La gracia es probar muchas cosas», señala el propietario, quien, pese a que admite que la carta no está diseñada y pensada específicamente para fomentar este concepto, «en este restaurante se ha de compartir, incluso el filete».
La oferta se completa con un menú de mediodía pensado para que el comensal pueda hacerse una idea de la propuesta gastronómica de este establecimiento a un precio muy asequible. Y es que éste ofrece tres o cuatro primeros a elegir, otras tantos platos principales y tres opciones de postre, más bebida, por 16 euros.
Un papel protagonista tienen también los vinos, especialmente seleccionados por Antonín, sommelier de formación y gran amante de los caldos. «La base es la cocina, pero una cocina sin vinos es incomprensible», asegura el dueño para a continuación admitir que siente pasión por los vinos.
El vino, muy presente
Así pues, no es de extrañar que el vino y otros elementos relacionados con éste sean un motivo recurrente en la decoración del establecimiento, como las barricas, las botellas y cajas de vinos o los tapones de corcho. De hecho, a la entrada del local se ha habilitado un pequeño rincón a modo de sala de espera donde tomar una copa mientras se aguarda el momento de sentarse a la mesa y donde se exponen vinos y otros productos a la venta.
Todo ello, unido a las reducidas dimensiones del espacio, en el que todo son mesas pequeñas excepto la de la entrada -cuadrada y rodeada por una banqueta-, su cuidada decoración, su suelo de baldosas y las paredes de ladrillos hacen de este restaurante un lugar muy acogedor, «cómodo, en el que te sientes como en casa», apunta Ricard Antonín, para quien la gran particularidad y valor añadido del Carlota, que cuenta con una agradable terraza en el exterior, reside «en el cariño que le ponemos a todo, desde lo relativo a la cocina como al trato». «Yo disfruto cuando el cliente disfruta», asegura el dueño.
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