Madrileñ@s

"Si alguien con un iPhone puede hacerme competencia, quizá el problema es mío"

Lupe de la Vallina pasó de no saber qué hacer con su vida a trabajar como retratista para algunas de las más grandes publicaciones de nuestro país

La fotógrafa Lupe de la Vallina
La fotógrafa Lupe de la VallinaJesús G. Feria

Las oficinas las «lleva fatal», así que era de esperar que Lupe de la Vallina trabajase en un lugar así: en el que entra la luz natural por los cuatro costados y los lienzos de otros artistas (que no solo cuelgan de las paredes) se mezclan con sus fotos, maniquíes, focos y máquinas de coser. Allí, en Espacio Oculto (una suerte de coworking para artistas en pleno Usera), nos recibe esta fotógrafa madrileña que pasó de no tener «ni idea» de qué hacer con su vida a trabajar para algunas de las grandes publicaciones de nuestro país, así como para grandes empresas a través del retrato editorial.

«Recuerdo que cuando estaba acabando COU me hicieron un test vocacional y me salió fotógrafa», relata. «Yo lo que pensé fue: ‘‘¿pero se puede vivir de eso?’’, porque no tenía referentes que se dedicasen a eso, así que para mí fue como si me hubieran dicho que fuera artista de circo. Muy divertido, pero no era una opción». A pesar de no tener claro su camino, el sentido estético parece que sí la ha acompañado siempre, así que estuvo a punto de estudiar Bellas Artes, aunque acabó decantándose por la Comunicación Audiovisual. «Una de las grandes revelaciones que tuve en aquel periodo fue que el 80% de lo que hay en el mundo es publicidad», asegura. «Está claro que hay cosas puras y maravillosas, pero también hay mecánicas que mueven las cosas, desde lo que vemos, leemos, compramos... Y no somos para nada conscientes», explica.

Después vinieron años de estar «bastante perdida». Trabajó en comunicación de una organización sin ánimo de lucro, que para ella «fue positivo», pero notaba que algo le faltaba. El empezar a hacer fotos, ese cambio radical de vida, llegó con la maternidad. «Recuerdo estar en el paritorio, con mi hijo recién nacido en el pecho y pensar: ‘‘tengo que hacer que este niño sea feliz’’. Y para que lo fuera, yo también tenía que serlo, también tenía que sentirme realizada», dice. Ahí fue cuando saltó al vacío. Aunque reconoce que también tuvo un pequeño empujón: «Me ayudó mucho que mi abuela, que siempre ha sido muy conservadora, me dijera: ‘‘Lupe, es que tú eres muy feliz con las fotos, no tienes que volver al trabajo, debes intentarlo’’», recuerda.

Pero el camino, claro está, no fue fácil. «Ha sido un aprendizaje brutal, sobre todo en cosas como ponerle precio a tu trabajo», explica. Sin embargo, hay algo intuitivo, casi visceral, en los retratos que la rodean. Algo que va mucho más allá del factor económico que, evidentemente, se necesita para vivir. «Los retratos permiten acceder a personas que, de otra manera, no llegarías», dice. «Normalmente me preguntan por las fotos que le he hecho a famosos, pero poder encontrarte con un científico que lucha contra el envejecimiento, con una deportista albina de África que había tenido que huir de su país... Solo puedes pensar :‘‘¡joder, qué suerte!’’», asegura. «Es como un pase VIP del mundo y a la gente que lo mueve».

De la Vallina llegó al mundo de la fotografía con aquel pensamiento de si de verdad había alguien que viviera de ello. Ahora, desde el éxito, se formula la misma pregunta cuando mira al futuro. «A veces me preguntan si, con el desarrollo tecnológico, el intrusismo me preocupa, y respondo que, para el tipo de fotos que yo hago, si un tipo con un iPhone me puede hacer la competencia, a lo mejor el problema es mío, porque el valor no está en que tal persona exista y esté en un sitio, sino en la estética», reflexiona. Lo que sí le preocupa un poco más es el mundo que abre la Inteligencia Artificial. «Mi marido es profesor de Filosofía y hemos hablado de esto hasta la saciedad», asegura. «Él defiende que la creatividad y lo humano no se va a poder sustituir, y es cierto, lo genuino no se sustituye, pero lo que yo veo es que vivimos en un mundo en el que las empresas van a tirar siempre por lo que les sea más rentable: y, ¿qué renta más? ¿Pedirle a una Inteligencia Artificial que te haga una imagen de una mujer en el Tíbet de herencia africana, pero con pecas y ojos azules, que sea la viva imagen de la felicidad pero con un punto de tristeza en los ojos, o pagarme a mí para que le haga la foto, a la persona de casting y a la de localizaciones?», pregunta. Y es que la imagen resultante de la Inteligencia Artificial no será real, pero «¿le importará a alguien? A la hora de andar por casa, aceptamos los sucedáneos con una facilidad excepcional». «Creo que siempre lo humano, lo auténtico, prevalece. Pero también que puede llevarnos un siglo darnos cuenta. Mi duda es si dentro de diez años voy a tener trabajo».

La retratable estética de la diversidad

Si hay algo que Lupe de la Vallina disfruta es hacerle fotos a gente por la calle. «Muchas veces lo vendo como street style, pero en realidad es que, cuando viajas, encuentras estéticas y fisionomías que no te esperas», explica. Algo bello encuentra la fotógrafa entre tanta diversidad. Y eso fue, precisamente, el «flechazo» que sintió cuando llegó a Usera hace un año. «Aquí está todo, desde europeos hasta chinos, latinoamericanos, africanos...», dice. «Cuando se fomenta que haya una convivencia tan positiva se crean entornos muy enriquecedores, o tal vez yo lo veo así porque estoy acostumbrada a entornos en los que todo el mundo es igual, y eso es aburridísimo».