Opinión
El carrito del perro
Comienza a ser habitual ver en distintos parques a orgullosos viandantes caminando con un yorkshire metido en la cesta de un bugaboo
Lo malo de hacerte mayor es descubrir que los adultos no aventajan en sensatez a muchos adolescentes. De pequeños guardamos una imagen idealizada de los mayores, pero la realidad es que hay padres que conservan el mismo sentido común que un quinceañero todavía sin desfogar. Lo llaman espíritu juvenil, pero más bien es falta de madurez. Una equivocación de concepto que alude a ese estado general de confusión que recorre el mundo con el despreocupado desenfado de una canción del verano y que, parece ser, es el clima social en el que nos desenvolvemos. Un desorden de ideas que ha conducido a que algunos se hagan con un carrito de bebé para pasear al perro, el único animal de la naturaleza que es capaz de acaparar derechos y servicios destinados a los humanos. Al lado de él, los demás mamíferos son unos parias.
Ya comienza a ser habitual ver en distintos parques de Madrid, La Coruña, incluso de París, a orgullosos viandantes caminando con un yorkshire metido en la cesta de un bugaboo. Una estampa que a más de una anciana le habrá conducido al sofoco al acercarse a mirar a un recién nacido y encontrarse con ese exorcismo con bigotes que es el pequinés.
Hay muchos que, antes de meterse en una paternidad o maternidad, prefieren adoptar un dogo de una perrera. Nada que objetar porque este, al menos, es un lugar con menos delincuencia que los juzgados de Plaza de Castilla, y puestos a llevarse algo a casa, mejor un dálmata que a un Koldo. Bien mirado, y ya metidos a tener problemas, el perro cuenta al menos con la ventaja objetiva de que no vuelve a casa a las nueve de la mañana con resaca y que nunca confundirá a Shakira con una pionera del feminismo.
La conciencia de muchos está ahora en elevar el rango social de las mascotas y han tomado la decisión de sacarlas a la calle en un cochecito de bebé para darle la categoría humana que les falta y resguardar su salud de los resfriados que hay emboscados en las hojas de las hortensias. Ahora vemos cuidados como niños a esas variaciones menores de las razas caninas que son el chihuahua y el caniche. Se podría considerar que son unos privilegiados, pero para darse cuenta de que no es así solo hay que reparar en la ansiedad que domina su mirada al reconocer, desde la moderada altura en la que son paseados, el rasero del césped, el mismo que antes pisaban, mordían y orinaban. Aunque quizás tampoco hay que preocuparse demasiado, porque, al paso que va la cosa, enseguida les recetarán diazepam para cortarles la hemorragia de la depresión.