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Ola de Calor

El suelo arde: más de 60 grados en Extremadura ¿Avanza la desertificación?

Sin cubiertas vegetales y una buena gestión forestal, las superficies se encuentran desnudas y se convierten en una «sartén» incapaz de detener el aumento de la temperatura

Mapa de temperatura de la tierra
Mapa de temperatura de la tierraLa Razón

La segunda ola de calor que atraviesa España este verano desafía todos los récords de intensidad, extensión y duración. Ya ha dejado temperaturas extremas tanto de día como de noche, en el norte y en el sur del país, en el ambiente y, sí, también en el suelo. Es la primera vez que el radiómetro de los satélites Sentinel-3 del programa Copernicus de la Unión Europea capta una imagen clara, con una atmósfera libre de nubes, de la temperatura del suelo de la Península Ibérica.

La termografía, que corresponde al día 9 de julio, arroja tonos anarajados, rojos, negros... y blancos. Cabe destacar que este es un color inusual en los mapas de calor, ya que indica que se han superado valores de más de 60ºC. En concreto, estos niveles se han medido en diversas zonas del suroeste, especialmente Extremadura, la provincia de Sevilla y Portugal. «Llama mucho la atención, pero no podemos olvidar que también se han superado los 50ºC en múltiples regiones y, en cualquier caso, no son temperaturas normales», explica al diario NIUS Samuel Biener, geógrafo de Meteored.

Las zonas en un rojo más intenso, donde el suelo estuvo más candente, coinciden con las regiones del país donde se alcanzaron las temperaturas más altas en el aire. La radiación solar llega al suelo y este transmite el calor a la masa de aire que se encuentra encima. «La temperatura del aire se toma a una altura entre 1,20 y 1,80 del suelo y suele ser inferior a la de este, por lo que a los humanos no nos afecta directamente que esté tan caliente. Pero, por ejemplo, los pobres perros y el resto de animales que van ‘’descalzos’' sí tienen que aguantar esas temperaturas en sus patas».

Más allá de la relación entre temperatura del suelo y el ambiente, hay otra cosa que ha llamado la atención de la comunidad científica: «Si te fijas, si colocas encima de esta imagen un mapa con las zonas verdes de España, las mayores temperaturas de suelo se concentran, sobre todo, en la zona donde hay menos arbolado, que es en la meseta sur, básicamente, y también en áreas urbanas», indica. Y es que, «no es lo mismo tener una cubierta vegetal que impide que llegue toda la radiación del sol a la superficie, que tener todo despejado o vivir en una ciudad que atrapa el calor».

La vegetación no atrapa el calor de la misma manera en la que lo hace el asfalto, por lo que la diferencia de temperatura entre las zonas rurales y urbanas suele ser bastante pronunciada en las olas de calor. En un bosque, la propia vegetación hace de sombra, de parapeto y la temperatura es mucho menor que en una zona rocosa, que en la arena, en la tierra sin ajardinar o incluso una superficie de cultivo. Sin cubiertas vegetales y una buena gestión forestal, las superficies se encuentran desnudas y corren el peligro de convertirse en una «sartén» incapaz de detener el aumento de la temperatura. Y si la huella hídrica decrece, aumenta el riesgo de que España se convierta en un desierto.

Entre un 75 y 80% del suelo en riesgo de desertificación

De hecho, entre un 75% y un 80% de la superficie de España se encuentra en riesgo de desertificación en este siglo. Siete de las diez cuencas hidrográficas con mayor sequía crónica de Europa se encuentran en nuestro país y el 70% de nuestras cuencas presentan niveles de estrés hídrico altos o severos, según señala la organización Greenpeace.

«Tenemos todos los ingredientes para favorecer el avance del desierto. El efecto del cambio climático, lluvias más irregulares, sequías más intensas, una demanda de recursos hídricos muy alta y unos suelos de bosques maltratados por el uso del territorio», enumera Rafael Seiz, técnico de política del programa de aguas de la organización conservacionista WWF.

Y es que sin agua, no hay vegetación, y sin vegetación el suelo se calienta, se erosiona, se agrieta y muere. Un suelo caliente y seco, además, favorece la propagación de incendios. Por eso, Seiz señala que es importante cuidar las cubiertas vegetales y procurar que el suelo esté «vivo».