En el 90 aniversario
¿Por qué la Segunda República sigue siendo un referente para la izquierda española noventa años después de su proclamación? ¿Es propio de partidos democráticos actuales el homenajear actitudes, discursos y personajes totalitarios, y que atentan contra los principios que supuestamente defienden hoy? ¿Se puede tener como referente democrático a un régimen concebido para imponer a la fuerza un modelo? El advenimiento de la República es presentado como un momento de exaltación democrática, pero no fue el resultado de un plebiscito; es más, en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 ganaron los monárquicos, y no votaron las mujeres porque Berenguer, que presidía el Gobierno, las sacó del censo electoral. Quizá si hubieran ido a las urnas la derrota republicana hubiera sido mayor; de hecho, votaron afirmativamente en el plebiscito de 1926 sobre la dictadura de Primo de Rivera. De ahí el recelo de los republicanos de izquierda y socialistas a reconocer el voto femenino.
Tampoco fue una época caracterizada por la defensa de la igualdad de género. El voto se reconoció a la mujer en España en 1924, con la oposición de republicanos y socialistas, que llegaron tarde a la segunda oleada feminista, iniciada en EE UU y el Reino Unido. En estos países, el asociacionismo feminista estuvo muy extendido entre los partidos «masculinos». Mientras en Wyoming se aprobaba el sufragio universal de hombres y mujeres en 1869, en España el republicano socialista Pi y Margall decía que el papel político de la mujer era educar a sus hijos. Lo mismo puede decirse del PSOE, que no entendió el feminismo ni siquiera en la Segunda República, y de ello Clara Campoamor fue buena testigo.
Imponer y suspender derechos
Además, nadie eligió al Gobierno Provisional de la República. Unos dirigentes políticos asumieron el poder cuando Alfonso XIII huyó precipitadamente. No estaban legitimados para imponer un régimen a través del Estatuto Jurídico del Gobierno Provisional que se dio a sí mismo. No se celebró ningún referéndum sobre la forma de Estado, no se permitió elegir en ese momento a los españoles, ni la organización de los monárquicos. Es más; el Estatuto de autonomía de Cataluña se aprobó antes que la Constitución de 1931, condicionando todo el proceso territorial. ¿Fue un oasis de libertad? Tampoco. El Gobierno Provisional, gracias al citado Estatuto habilitante y a la posterior Ley de Defensa de la República, que funcionó hasta 1933, se podían suspender derechos al margen de la justicia. Esas normas prohibieron toda manifestación monárquica, o cualquier acto o periódico que se creyera contrario al régimen republicano. Nada se hizo con consenso ni respeto a la pluralidad, sino con autoritarismo.
Esta arbitrariedad fue una demostración del desprecio a la esencia de la democracia. También se impidió hasta 1933 la organización de la opinión monárquica, que era considerable y tan española como la republicana, lo que impidió un verdadero debate constituyente dos años antes. ¿La gente disfrutó de la libertad con orden? Tampoco. Además de la persecución religiosa, los Gobiernos decretaron hasta 62 estados de alarma, excepción y guerra. Esto fue por los conflictos, pequeñas revoluciones, golpes y huelgas que mostraban el desapego general a la democracia y a la forma republicana.
¿Los partidos republicanos e izquierdistas respetaron los resultados de las urnas? No. Repitieron las elecciones municipales de 1931 donde habían ganado los monárquicos, y cuando la derecha ganó las generales en 1933, orquestaron un golpe de Estado. A esto se unió el fraude electoral en las elecciones de febrero de 1936. Además, toda convocatoria fue acompañada de una buena dosis de violencia política con cientos de muertos. No fue precisamente un ejemplo de pulcritud democrática.
Ninguneo a los demás
¿Qué encuentra la izquierda en esa República? No solo un anclaje histórico mitificado, sino lo que tiene de revolucionaria y exclusivista, de ninguneo de la otra España, y de sentimiento de superioridad moral. Aquellos republicanos llegaron, con soberbia, para «arreglar España», y no solo fracasaron, sino que metieron al país en un conflicto constante. La Segunda República no fue una democracia ni hubo más libertad que hoy, como sostiene una parte de la izquierda. Tampoco puede ser un referente positivo. A lo más, debería servir como escarmiento general de lo que no deben hacer los dirigentes políticos y de lo que no conviene a un país. Entre unos y otros metieron a España en su peor crisis del siglo XX. Por eso, homenajear a personajes como Largo Caballero, un totalitario guerracivilista, como hizo Carmen Calvo el 23 de marzo pasado, o santificar la Segunda República, solo es una contradicción absurda o un uso irresponsable de la Historia. Además, en el fondo existe un desprecio a lo existente, a la monarquía parlamentaria y constitucional que establece la Constitución de 1978 y que ha permitido el mayor tiempo de libertad, paz y progreso de nuestro tiempo contemporáneo.