Opinión

La bruja

La bruja no tiene deseos reprimidos. Mientras la mayoría de las personas lucha toda su vida por dominar y disciplinar sus instintos, su lado violento, rabia, odio, deseos enloquecidos, decepción y furia..., la bruja los convierte en fuerza bruta, en la base de su poder. Los suelta y los deja campar a sus anchas por ahí, arrasándolo todo. Incluso cuando hacen daño a otras personas. O mejor: sobre todo cuando esos deseos y emociones desbocadas causan desgracia y dolor a terceros inocentes. Ella no se detiene ante nada, ni ante nadie. La bruja resuelve mediante la irracionalidad los problemas que a la gente corriente le parecen insuperables. El delirio agresivo y la pura brutalidad no le resultan elementos extraños: son instrumentos de los que se sirve para lograr sus propósitos. Para solucionar sus infortunios, la bruja recurre a la magia. Obedece a los dictados de una divinidad feroz, atrasada y cruel, groseramente apasionada. En el lugar donde debería estar su alma, tiene un enorme vacío que todo lo devora, un agujero negro existencial, de manera que cualquier cosa que cae dentro de él, desaparece. La bruja consume la vida de los demás, a quienes abrasa con sus deseos, pero eso a ella no le sirve para nada: todo desaparece al contacto con su alma, por la sencilla razón de que no tiene. Y lo del alma es un concepto trasnochado, de todas formas... En los cuentos infantiles –lo he comentado aquí en otras ocasiones–, los lobos y las brujas acechan a los niños. La bruja se disfraza para parecer lo que no es, miente, distrae, embauca, enreda, seduce... Y luego, secuestra, destruye, asesina sin piedad y borra todo rastro de su crimen. La naturaleza deforme de su conciencia (de su falta de conciencia, de alma) la hace insensible. No se la puede conmover, ni convencer. Pierde el tiempo quien piense que con tiernas palabras, o incluso gestos, le hará cambiar de opinión. Su voluntad es de hierro. Su confianza en que hace lo que debe hacer (el mal en beneficio propio) es absoluta. Es perversa, impasible, dogmática. Antaño, nuestros padres y abuelos llamaban «brujas» (mujeres) y «lobos» (hombres) a este tipo de personas; sí: personas, porque son humanas, por mucho que nos cueste admitirlo. Hoy, las denominamos «psicópatas».