Opinión

Límites

La corrupción es una de las grandes lacras de cualquier país. Según las encuestas, importa a la opinión pública incluso más que los problemas de índole económica. Supone una traición. Los políticos que caen, sin remordimientos ni principios, en los pecados de la envidia, la avaricia, la corrupción en general, traicionan la confianza de sus votantes y, al menos en España, comprobamos que no se irán de rositas. En Iberoamérica muchos consideran la corrupción casi como algo inherente a la clase política. En Argentina, se llegó a decir: lo que crece de día, se roba de noche. Y es que poner fin al abuso de poder es objetivo indispensable para aquel país que quiera seguir avanzando. Porque para preservar los avances conseguidos en democracia, es imprescindible respetar, ensalzar y perpetuar los valores éticos y democráticos que permitan una grata convivencia y voluntad de no quebrantar las leyes.

Cierto que nuestros juzgados y tribunales tramitan más procedimientos por corrupción política y económica de lo que desearíamos, y eso nos da la tranquilidad de saber que, salvo esperemos que pocas excepciones, el que la hace, la paga. Delitos como prevaricación, cohecho, malversación de caudales públicos, tráfico de influencias, estafas o apropiaciones indebidas, acaban siendo juzgados, y si no, ya se encarga la ciudadanía y las plataformas que defienden la transparencia y la justicia de que los corruptos lo paguen de otra forma, a veces peor incluso que la prisión.

Está claro que hay que poner fin al abuso de poder. Los políticos son los primeros interesados en poner límite a esta lacra tan dramáticamente extendida, ya que han visto su profesión infravalorada por haberse contaminado de forma execrable por el egoísmo patológico y la mezquindad.

Sigo creyendo que abunda más la bondad y dignidad humanas y que hay muchas más personas generosas y solidarias que optaron a un cargo público por vocación de ayudar y mejorar su país, que codiciosas. El problema es que lo negativo hace más ruido.

La sociedad cambia, lo asumimos, pero sin sobrepasar los límites.