Opinión

Los muertos

La actualidad no deja de estar marcada por el caos, un caos nacido a partir de un discreto orden que antes más o menos sobrevolaba nuestras cabezas, y por unos hechos obvios cada vez más esquivos que vienen dados por un gobierno de doña Rogelia, donde, por ejemplo, piden explicaciones al astronauta Pedro Duque y responde la ministra Montero, ministra de las cloacas por su ligazón con Villarejo; preguntan a la «portavoza» Celaá y se sale por los cerros de Úbeda; preguntan al Dr. Plagio y responde Celaá. Y todo así. Un gobierno de marionetas, ya digo. Pero vayamos a lo de los muertos porque no se habla de otra cosa: Franco, cuya momia estaba tan tranquilita en el Valle de los Caídos y nunca había sido profanada, ahora está llena de pintura y escupitajos, cosa que no había ocurrido en 43 años, y el personaje es más actualidad que cuando estaba vivo. Ha sucedido el milagro de la resurrección gracias a los muchachos de la «memoria histórica». Luego está lo del descuartizador de Pioz, que dice que él también sufrió matando y desmembrando a cuatro familiares, y lo comprendo: debe ser muy desagradable. Y no digamos ya lo de Kashoggi. Unos dicen que fue estrangulado nada más llegar al consulado de su país en Estambul. Otros, que fue torturado hasta la muerte, después descuartizado y disuelto en ácido. El príncipe Salman insiste en que era un peligroso islamista cosa que no justifica lo escabroso de su muerte.

Y en medio de todo este horror oímos frases que nos dejan petrificados. Pide Iglesias al Gobierno, más serio que nadie, “que nuestro país no colabore con dictaduras sanguinarias”. ¿Se estará refiriendo a sus amigos de Venezuela o de Irán? No hay nada más cínico que un político demagogo, y los que ahora tenemos destrozando España, su economía y su unidad son maestros de la cosa. Dejémoslo ahí porque hoy yo no quería hablar de la gentuza que habita los telediarios, quería hablar de los muertos, de escalofriarnos con los descuartizamientos del presente como hizo con el pasado Daniel Sueiro en su libro «El arte de matar», un texto macabro que repasa la historia del tránsito al otro mundo por los métodos más sofisticadamente sanguinarios. El morbo muchas veces puede apoderarse de nuestro cerebro, por eso es honesto confesar que no pude parar de leerlo, a pesar de momentos en que no me quedó más remedio que ir al cuarto de baño a vomitar. Lo de Kashoggi nos devuelve a las páginas de un libro cuyo autor nos describe detalladamente cómo los humanos nos las hemos ingeniado para inventar los más exquisitos y refinados métodos para producir sufrimiento.

En otro ensayo del mismo autor, titulado «La pena de muerte», se nos pormenoriza acerca de las disciplinas y procedimientos ideados a través de los tiempos para la pena capital, todos ellos cruentos e inhumanos. Y es que tanto antes de Cristo como después de Cristo (ahora se ha instaurado oficialmente decir «antes de nuestra era» o «después de nuestra era») no hemos hecho otra cosa más que matarnos entre nosotros. Fijémonos en el propio Jesucristo, ahora que ha salido a colación. Murió entre azotes y torturas clavado en una cruz, solamente por sus buenas intenciones de salvar a la humanidad. ¡Vaya por Dios! Y nunca mejor dicho.

Por lo demás declaro que me quedo con el lenguaje preconstitucional, como dije el otro día en «Espejo Público» a una comentarista muy agitada por mi preferencia en decir regiones en vez de la cursilada de comunidades autónomas. También seguiré diciendo antes de Cristo y después de Cristo, que a mí nadie me impone el lenguaje por decreto.