Opinión
Invadidas de fútbol
Cuando escribo esto, no sé qué va a pasar entre esos dos equipos foráneos y con grupos de fanáticos peligrosos, tampoco sé por qué están aquí ni por qué el presidente del Gobierno decidió invitarlos. ¿Preguntó su señoría si queríamos que viniese esa manada futbolera a nuestra ciudad? ¿Sabe si deseábamos asumir ese gasto y ese riesgo? No, y le da igual. La falta de empatía es general entre los poderosos. Sin embargo, lo de este suceso es sólo un ejemplo más. Lo grave del fútbol profesional es dilatado.
Es que enloquece hasta la violencia a bastantes; es que no aporta unión al mundo; es que educa a los niños en la competitividad; es que tiene unos valores territoriales excluyentes y superficiales; es que abusa de la ignorancia de muchos; es que está manipulado por intereses económicos; es que sostiene el machismo arraigado. Dicen los expertos que, antes incluso del resultado final de un partido, los niveles de testosterona de los entusiastas habrán subido un 29% y el cortisol un 52%. No parece importar demasiado cómo se esté desarrollando el juego, esa subida hormonal estimulará a la afición a reaccionar ante una amenaza. Porque, además, les subirá la autoestima y la sensación de valía personal. Estimados señores futboleros, aunque sé que hay mujeres que se contagian de estas infortunadas emociones, les aseguro que no está en nuestra esencia sacar las frustraciones a gritos de gol. Jugar sí, jugar siempre. Pero mirar, enloquecer, rugir, agredir, no. Y, en nombre del colectivo femenino, pido a las autoridades que hagan estudios, lo comprueben y tomen medidas democráticas al respecto. A la mayoría no nos gusta el fútbol ni lo que acarrea. Y llevamos una vida invadidas y soportándolo.
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