Opinión

Dolor

Todos los asesinatos nos hielan la sangre, pero el descubierto a las puertas de la Navidad, nos desgarra el alma. Ojalá que este dolor tan profundo que todos sentimos se transforme en una mágica energía que consiga devolver el aliento y la esperanza a sus familiares y amigos. Laura ya está Descansando en paz, en el cielo, allí donde nadie podrá volver a hacerla daño. Sin embargo, su familia, su novio, sus amigos, sus compañeros... son las verdaderas víctimas de su asesino confeso Bernardo Montoya.

Todos los que tenemos el corazón roto en mil pedazos con este salvaje desenlace, somos también víctimas de la maldad y la monstruosidad de un hombre que acababa de salir de la cárcel. Ojalá no lo hubiera hecho. Así Laura, de la que se encaprichó, cenaría mañana con sus seres queridos.

Han de protegernos de estos monstruos. Por suerte son minoría. Pero quien es capaz de cometer el asesinato de una anciana a la que robó para evitar que declarara contra él ha de cumplir su condena íntegramente e impedir que pueda seguir cometiendo atrocidades. El problema es que las condenas no terminan de reinsertar a esos asesinos que no se arrepienten ni tienen remordimientos porque directamente no saben lo que es la empatía, la conciencia del otro, ni mucho menos vivir en sociedad y comprometerte con ella.

Para esos casos extremos existe la prisión permanente revisable y me sorprende que quienes quieren derogarla defiendan también tan vehementemente a las mujeres. Pues las mujeres estamos más seguras sabiendo que caerá todo el peso de la ley sobre quien es capaz de hacer lo que le hicieron a Laura Luelmo.

Laura estaba empezando una nueva vida. Un nuevo trabajo, una nueva localidad. Comenzando a vivir con 26 años. La fatalidad fue cruzarse con un asesino que no tenía que haber salido de la cárcel. Laura tenía que estar aquí. Con los suyos. Celebrando su nueva vida. Celebrando la Navidad. Hoy lloramos su ausencia. Y la de tantas personas que se fueron antes de tiempo porque alguien así lo decidió.