Opinión

Perder el alma

Mientras Sánchez quita importancia a la foto de los socialistas vascos jugando a MasterChef con el terrorista Otegui, el hijo del que fue muerto a manos de la banda asesina sentencia: «Más vale perder unas elecciones que perder el alma». Y a una se le hiela la sangre recordando el tiro en la nuca de Fernando Múgica en presencia de su hijo, José María, que ahora se sale del PSOE al ver el partido en el que él y su familia han militado históricamente; el partido que gobernó y que nombró ministro a su tío, el muy querido y recordado Enrique, quien en sus desesperados momentos ya advirtió: «Ni olvido ni perdono». Aquí hay que olvidar los centenares de asesinatos de ETA y conciliar y dialogar. Con los que tienen las manos empapadas de sangre ni se concilia ni se dialoga, como ya ha hecho el deplorado Zapatero. Se nos vienen a la cabeza las imágenes de los muertos: Miguel Ángel Blanco, Iruretagoyena, Buesa, Totorika, Ernest Lluch o del matrimonio Jiménez-Becerril. Tantas muertes absurdas para nada, como absurdos fueron también los cautiverios durante quinientos y pico días de Ortega Lara, de Cosme Delcalux, de José María Aldaya o de Emiliano Revilla; las piernas segadas de Irene Villa y de su madre; tanta infamia y tanta injusticia para nada. Unos hechos ante los cuales la ultraizquierda actual mira para otro lado mientras el del plagio sigue insistiendo en el diálogo y la conciliación, los mismos conceptos que aplica con el separatismo catalán que le sostiene en el poder a base de seguir cediendo a sus exigencias, ésas de las cuales no da cuenta a la prensa ni a la ciudadanía.

José María Múgica ha dejado una frase para la posteridad que aquí repito: «Más vale perder unas elecciones que perder el alma», aunque ya en 1987 había sido pronunciada por el alcalde de Lyon, quien descartaba así una alianza con el Frente Nacional. Aquel alcalde, de nombre Michel Noir, dio una lección de moral y de estética que no hemos visto en esta España nuestra en el año que acaba, año malo para la política y la unidad del país que vislumbra, después de las elecciones andaluzas, un hilo de esperanza, un hilo de sangre que lo mantiene vivo en la desolación por el descuartizamiento que le espera si todo sigue en los mismos términos sucios y sin escrúpulos, que lo pone a los pies de los caballos del secesionismo, de la pérdida de la esencia de una nación, más bien de la pérdida del alma de esta nación, ya que hoy estamos manejando este leit motiv. El alma para muchos es un concepto erróneo y puramente religioso, cuando no deja de ser un elemento metafísico que nos humaniza y que no podemos perder, pero cambia, se lastima y sufre, lo mismo que la naturaleza de un país compacto desde hace siglos cuya historia se pretende ahora trocar y hasta mistificar, algo que una gran mayoría no tolera aunque los pactos de la vergüenza quieran pasarlo por alto.

Estamos acabando un año pésimo y la perspectiva de un cambio, como el que tuvieron los andaluces, nos lleva a un arcoíris de salidas y posibilidades que nos hacen mejorar los bajos ánimos que nos dan los sondeos con que nos azotan de tanto en tanto.

Con la frase de José María Múgica en el corazón y con el gesto lleno de brillos de ilusión y de optimismo a todos quienes se detienen en posar sus ojos sobre estas líneas les digo: ¡Feliz Año Nuevo!