Opinión

Happy, un surtidor de felicidad

Happy fue el nombre que mi hijo quería ponerle a su perro antes de conocerlo. Tiempo después llego a casa una cachorra gris plata con rastas lanudas, trufa y ojos negros, orejas caídas y un rabo largo, poco acorde con su talla xs, que movía a toda velocidad al mínimo gesto amable de la vida.

Llegó una «happy» total a la que el nombre le iba como anillo al dedo. Pero lo más sorprendente vino después. Esta perrita, que ya tiene siete años, no es solo un animal dichoso, es, sobre todo, un animal empeñado en hacer dichosos a los demás. Happy no tiene especial afecto a sus congéneres caninos, aunque jamás se ha peleado con ninguno. Si alguno le muestra los dientes, ella se rinde de inmediato. Si le ladra, ella toma nota y cuando vuelve a cruzarse con el gritón se aparta para dejarle pasar. Si intenta montarla, ella se sienta o salta a mis brazos. Happy solo desea jugar con la pelota de tenis diminuta que guarda como una joya, jugar con los humanos.

Cuando vamos por la calle la lleva en la boca orgullosa, y pocos transeúntes se resisten a sonreír. Pero cuando llegamos al parque comienza su labor: la búsqueda de amigos. Aprecia especialmente a los niños, a los ancianos y a los impedidos. Allá donde ve una silla de ruedas acude a colocar la pelota sobre el regazo del conductor.

Donde hay un niño, corre a tirarle la pelota a los pies. Donde hay un viejito, le sube su pelota encima del banco. No hay quién se resista a jugar con ella. Y quiero dar gracias a la vida por regalarme este maravilloso ser.