Opinión

Frac

Cuando visité Londres por vez primera, a los doce años, mi madre me llevó a Fortnum & Mason, el más distinguido de los almacenes londinenses, sito en «Piccadilly Street». Me sorprendió que la mayoría de los empleados masculinos vestía de frac. Según me contaron, la Reina Isabel era visitante habitual del local, y los empleados atendían en frac siempre a la espera de la llegada de la Reina. Impecables fracs, que parecían nacidos en las mejores sastrerías de Savile Row.

El tremebundo y genial irlandés Bernard Shaw sentenció que un inglés y un norteamericano sólo se distanciaban por dos realidades. Por el idioma y por la manera de llevar el frac. En lo primero le sobraba razón, porque el inglés de Inglaterra y el inglés de los Estados Unidos son lenguas diferentes y de muy difícil comprensión mutua. Pero el cine ha demostrado que los americanos, al menos los actores de los tiempos de oro, Gary Cooper, James Stewart, Gregory Peck y sobre todos ellos, Cary Grant, lucían fracs elegantísimos. Como David Niven, el gran actor inglés que triunfó en Hollywood, a pesar de los iniciales inconvenientes. Niven hablaba un inglés tan perfecto, con acento de Eton, que el público americano no lo entendía, y hasta que se acopló el acento de pato mareado le doblaban la voz en las películas. Y ahí tenemos las imágenes de John F. Kennedy, que parecía más nacido para llevar puesto un frac que para ser el Presidente de los Estados Unidos.

Nuestro Rey, Felipe VI, no desmerece de Cary Grant. Un nuevo rico de escasa educación le afeó al abuelo del Rey, Don Juan De Borbón, la senectud de sus camisas de seda, gastadas en puños y cuellos. –Es lógico, amigo mío, porque las llevo usando durante mucho más tiempo que tú–. El frac es la Corbata Blanca y el «smoking» la Corbata Negra. Como lo describe la RAE, el frac es la vestidura de hombre, que por delante llega hasta la cintura y por detrás tiene dos faldones más o menos anchos y largos. No confundir con el chaqué, prenda exterior de hombre a modo de chaqueta que, a partir de la cintura, se abre hacia atrás formando dos faldones. Se usa como traje de etiqueta con pantalón rayado.

Se sentaban en asientos contiguos Joaquín Garrigues Walker y Francisco Fernández Ordóñez en los Consejos de Ministros presididos por Adolfo Suárez. Hizo su entrada en el gran salón Agustín Rodríguez Sahagún, y Garrigues le preguntó alarmado a Fernández Ordóñez: –Paco, ¿quién es el peluquero de Sahagún?–. Algo parecido tuvo que preguntarle el Presidente de Perú al Rey cuando hizo su entrada en el salón de recepciones del Palacio Real Pedro Sánchez con su frac. –Majestad, ¿quién es el sastre de Pedro Sánchez?–.

Para llevar con dignidad un frac, ante todo y sobre todo, no se puede ser un cateto. Tengo para mí que el frac de Sánchez, el «sanfrac», se lo diseñó Carmen Calvo en pleno ataque de sufrimiento feminista. El chaleco le llegaba a los perendengues, la corbata parecía de fiesta de disfraces en San Feliú de Guixols, el frac era un poema, los pantalones de pitillo de chuloputas rumano, y los zapatos de complaciente risa. Para colmo, no correspondientes al tamaño de sus pies, porque la expresión del gesto del portador del disfraz era de lacerante sufrimiento. El «sanfrac» no es otra cosa, y se lo brindo a la RAE, que «el frac de un paleto», así, sintético, sin florituras ni más explicaciones para su comprensión.

También entra en los ámbitos de la verosimilitud que el sastre sea militante, simpatizante o simplemente votante del PP, de Vox o de Ciudadanos. Un sastre con conchas de galápago se la puede montar a un paleto confuso y difuso en cuestiones de corrección indumentaria. La sonrisa de Begoña admirando a su Pedro era de apasionado orgullo, lo cual enriquece el humor de la imagen.

Está mal gobernar con los herederos de los asesinos de compañeros de su partido, pero lo que descalifica a Sánchez es su «sanfrac». Y un aplauso a la buena educación del Rey y el Presidente del Perú, que supieron dominar la carcajada.