Opinión
Elegía a un fenómeno
De golpe, el escopetazo.
De vuelta a Madrid me topo con la triste noticia del fallecimiento de mi querido y viejo amigo Sergi Cardabús de Cardabás y Riberes de Alacant. Maricón de playa y chulo de Piragua.
Considero una grave injusticia que los textos necrológicos se ocupen tan sólo de los fallecidos ilustres o conocidos por la sociedad. Sergi Cardabús de Cardabás mereció emerger del anonimato, pero su innata humildad y prudencia se lo impidieron.
Estudió el bachillerato en el Colegio de los Oblatos Calzados con notas bastante vulgares, escrito sea con la sinceridad que me caracteriza. No fue un buen estudiante. Cuando aprobó el preuniversitario, gracias al Director de Estudios de su colegio, el inolvidable profesor don Emili Cardabús de Cardabás y Fourquet, su padre, renunció a más estudios y consiguió una plaza de profesor de estiramientos en el Gimnasio «Brillantes Pectorales» de Denia. Allí se reencontró con la felicidad que había perdido durante su infancia. Su padre, el inolvidable profesor, acudía diariamente al colegio, en tanto que su madre, dama de acrisoladas virtudes, doña Amparito Riberes de Alacant, apenas podía ocuparse de su hijo a causa de su trabajo. Era representante de la célebre factoría de mojama «La Atunera Mediterránea», hoy propiedad de una importante multinacional japonesa.
Superó la tristeza de la soledad. Su madre ganaba mucho dinero con la mojama, pero abandonó el cuidado de su hijo. Sergi amargó su carácter, y cuando cumplió los veinte años –su padre ya había fallecido–, fue llamado a filas. Ya de soldado, lo destinaron a la cantina de un Regimiento de Caballería, con la mala fortuna que se enamoró locamente de otro compañero cantinero, conocido por «Pirulo». Con él, huyó a Bélgica, se establecieron en Amberes y montaron un negocio de cremas. Cuando se produjo la amnistía general, retornaron a España. La madre había muerto, «Pirulo» le abandonó por otro, y Sergi se hizo maricón de playa y chulo de piragua, lo que ahora políticamente correcto se denomina «Gay of Beach and proxenetius of little boat». Y así se ganó la vida, honrada y azarosamente.
Cuando el aflojamiento de sus músculos le recomendaron la renuncia a sus dos fundamentales actividades, Sergi Cardabús de Cardabás y Riberes de Alacant, dejó atrás sus raíces y adquirió con sus ahorros una recoleta casita en Ayamonte, que era la ilusión de su vida. Y en Ayamonte, al fin, gozó de la felicidad plena. Se levantaba temprano, acudía a desayunar a la cafetería «Ayamonte» –de original denominación–, veía telenovelas y en los atardeceres paseaba por los campos abiertos a su adorada perrita «Chachi». En el pasado mes de enero, cuando le lanzaba a «Chachi» palitos para que la perrita corriera en pos de ellos, al efectuar con el brazo derecho un escorzo muelle un tanto brusco en el lanzamiento, experimentó el típico desgarro muscular. No obstante, y como maricón de playa jubilado, se repuso a las pocas semanas y siguió con su interesante vida cotidiana.
Pero nunca más fue el mismo de antes. En la cafetería «Ayamonte» lo notaron menos activo, más entregado a la melancolía. Una mañana, a su amigo Pepe, el camarero de la barra, lo despidió de esta guisa. – Gracias, Manolo–. Corrió la voz de que había perdido un poco el dominio de su chochola, y hasta «Chachi» mostraba su preocupación ante las reacciones extrañas de su amo.
Falleció ayer, con 74 años de edad.
Su crónica necrológica no interesa a los periódicos, que sólo se dedican a publicar encuestas de las próximas elecciones. Pero una vida tan rica en contenidos como la de Sergi Barbarús de Barbarás merece un texto elegíaco como el que hoy ofrezco a los lectores de LA RAZÓN.
Fue un hombre admirable. Los hay bastante menos admirables que han llegado a la presidencia del Gobierno entre músculos y cremas.
Descansa en paz, amigo mío.
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