Opinión

Cerdicidas

He leído en «El Español» un divertido y preciso texto firmado por Victorino Martín, ganadero de reses bravas, heredero y honrado administrador de la herencia de su padre, el gran Victorino. Inicia el comentario Victorino Martín con la exposición de un milagro. En Olot nació un novillero, llamado Abel Robles. Ser de Olot y novillero resulta tan hermoso como extravagante. Abel, después de un grave percance, sólo albergaba una ilusión. Vestirse de luces y torear ante sus paisanos en la plaza de toros de Olot, que curiosamente, aún existe. Pero el alcalde se opuso a los deseos de su vecino torero. La solicitud para utilizar la plaza de toros pública de Olot fue tajantemente denegada. El argumento, emocionante: «Desde el 29 de junio de 2004 Olot se declaró contraria a las corridas de toros y ciudad amiga de los animales».

Me he llevado un gran disgusto. Los cerdos no son animales.

O los cerdos no son animales, o el alcalde de Olot es amigo y protector de unas especies de animales y no de otras. Importante asunto que merece un debate. Se podría celebrar, incluso, en un local adornado con lazos amarillos, porque los cerdos y los toros, sean o no animales, todavía no votan.

La «Ciudad Amiga de los Animales» tiene una característica que la distingue de otras ciudades amigas de los animales. En Kiffloej, Islandia, región salmonera, los kiffloejenses decidieron multar con dureza a los visitantes que molestaran a las ardillas. Loable decisión que dice mucho de los habitantes y naturales de Kiffloej.

En Olot, «Ciudad Amiga de lo Animales» se sacrifican , de lunes a viernes, 14.000 –sí, catorce mil–, cerdos cada día. El ganadero Victorino Martín se ha tomado la molestia del cálculo. Desde que Olot se declaró «Ciudad Amiga de los Animales», han sido sacrificados en sus mataderos 52.000.000 – sí, cincuenta y dos millones–, de cerdos. Para colmo, ninguno de esos 52.000.000 de cerdos ha disfrutado de la vida. El toro de lidia, vive en las dehesas castellanas, extremeñas y andaluzas, al menos, cuatro años. Cuatro primaveras de maravillosa libertad, de primaveras alfombradas de flores bajo las encinas y los alcornoques. Y un día, y no a todos, les llega la justificación de su cara existencia. El derecho no escrito a ser parte del arte, a morir en la plaza y a defenderse en ella si así lo estima oportuno. Los 52.000.000 de cerdos sacrificados en Olot, no saben lo que es la luz de la dehesa, crecen en espacios ridículos, se alimentan de piensos, y cuando alcanzan el peso del negocio , son llevados al matadero para colaborar con la riqueza de la Ciudad Amiga de los Animales. Se cuenta aquella charla que fue grabada de dos cerdos que viajaban encajonados en un camión ganadero. – Oye, que he visto una señal que anunciaba: A 12 kilómetros, Olot–; – pues valor y entereza. No hay nada que hacer. Dicen que en Olot nos matan muy bien y con bastante rapidez–; –pues no sabes el peso que me quitas de encima–.

Que un torerillo de Olot no pueda torear un novillo ante sus paisanos por ser aquella una Ciudad Amiga de los Animales, mientras 14.000 porcinos son sacrificados – en torno a los setecientos en lo que dura el paseíllo–, se me antoja de un cinismo alborotado por lo políticamente correcto, la incongruencia y en definitiva, la sesgada estupidez. Con todo respeto, muy catalán. Si el toro es parte de una tradición española, el amor hacia los animales se refuerza. Si se trata de jamones de York, butifarras, lomos, salchichones, chorizos y paletillas, y millones de euros, el amor por los animales pasa a un segundo plano.

Soy un gran defensor de los cerdos, y los consumo con frenesí. Prefiero el cerdo de dehesa, el ibérico, el fetén, pero no rechazo una butifarra de huevo. «Del cerdo, me gusta hasta la conversación», dijo Fraumsberger. Pero sería conveniente, en memoria de los más de 50.000.000 de cerdos sacrificados desde que Olot se autodenominó «Ciudad amiga de los Animales», cambiar el mensaje por «Olot, Ciudad Cerdicida». Al menos, dirían la verdad con valentía, eso –se está viendo en el juicio del Supremo–, tan alejado de la realidad catalana.