Opinión

La voz

El otro día, escuchando la radio, me di cuenta de lo importante que es la voz. Cayetana Álvarez de Toledo tiene una voz que seduce, que enamora, casi que hipnotiza. Hay tantas voces como personas, bueno, esto no es exactamente así pero casi. Los hijos se mimetizan un poco con la voz de los padres, con la manera de hablar de los padres, con los dejes de los padres, por eso pudiera parecer que las voces se repiten, pero no, porque eso va en familias. La voz es casi lo primero que percibimos de una persona. Por ejemplo, José Luis Ábalos, ministro de fomento, el antitaurino casposo, hijo del torero Heliodoro Ábalos «Carbonerito», ex maestro de parvulitos que ahora se dedica a la política porque es más rentable –antes también era comunista y ahora sociata–, tiene voz de fumador y bebedor de aguardiente de caña, aunque no haya fumado ni bebido más que fanta en toda su vida, pero su voz tira para atrás.

La voz de Sánchez es la de un ser inseguro. Claro, no me extraña, está en pañales de todo y ha llegado a presidente del Gobierno por la puerta falsa, por la puerta pequeña, pactando con la hez de la política del país. Habla desde el diafragma, para que su cuerpo no se tambalee por el miedo que le da cada frase que pronuncia. La de Iglesias es la de una persona que quiere creer en lo que dice, pero no puede evitar que sus hechos, su vida, su casa, contradigan sus teorías troskistas-chavistas. La de Errejón es la de un teleñeco tonto y la de Echenique la de un teleñeco malvado. Carmen Calvo tiene voz de estreñida e Isabel Celaá de ursulina, como de ursulina también es su aspecto. Ursulina circunspecta diría yo. La voz de la Montero es tan choni como su propia persona: alcanza límites insospechados.

No me gusta tampoco la voz de Inés Arrimadas, le falta potencia y gravedad, siendo como es una mujer muy echada para adelante, como lo ha venido demostrando en Cataluña, aunque ahora aquello ya no es su feudo. Se ha venido a Madrid, como tantos otros, a respirar el aire tan poco puro que nos propicia la Carmena, que tiene voz gangosa. ¡Cuántos catalanes se han ido por no aguantar al vecino, al primo o al amigo secesionista! Sé de unos cuantos que viven ahora más relajados fuera de la región que les vio nacer. A eso, por si alguien no se ha dado cuenta, se llama exilio. Al exilio feliz se ha ido mi amiga Vero, con doce apellidos catalanes. Ahora disfruta de la libertad en Málaga. Y mi amigo Tito, que además de la libertad política y la ausencia de presión en las calles ha encontrado el amor en Madrid, y lo disfruta mientras su boca no deja de dibujar una sonrisa. Y tantos otros que no voy a seguir enumerando.

La voz de Rivera es bastante normal, no admite comentario. La de Casado tampoco. Abascal habla poco y no puedo adjetivar su tono. La de Puigdemont es irritante, y la de Torra es bastante corriente con un toque de gangosidad que le da el acento catalán. Aznar, aunque ya no está en el panorama electoral, tiene voz de pitufo cabreado, Soraya de niña repipi y Rajoy de abuelito.

Y en esta mañana de primavera, soleada y triste, no puedo por menos que acordarme de la voz de mi madre, que siendo yo pequeñita, venía a despertarme por las mañanas con toda dulzura diciéndome un larguísimo «hoooola». Soy mayor desde hace muchos años, pero aún, hasta hace muy poco, cuando estábamos juntas, lo seguía haciendo de la misma manera. Ahora se ha ido, pero me queda su voz.