Opinión
Qué es verdad y qué engaño
Decía Cándida en la obra de Bernard Shaw: «Puedes decir cualquier cosa que sientas realmente, sea la que sea. No me da miedo, siempre que sea tu verdadero yo el que habla y no una simple afectación; una afectación galante, perversa o incluso poética». Y yo, que siempre he confiado en la bondad y la sinceridad de los desconocidos, comparto sus palabras. Pero ahora que he vivido mucho y que he conocido a muchas personas, me pregunto si la mayoría sabemos qué es lo que siente nuestro verdadero yo.
Qué es verdad y qué engaño. O autoengaño. Porque para poder ser sincero tienes que conocerte en profundidad, haber desarrollado la conciencia de uno mismo. Y ese aprendizaje es tan hermoso como duro y extenso. Conocerte a fondo es darte cuenta de que no somos más que una construcción genética y cultural; un ADN abrazado a un cúmulo de creencias. Por eso es complicado exigirle la verdad a ciertas personas, menos aún a los políticos.
Porque los políticos lo primero que aprenden cuando entran en acción es que han de dejar su franqueza en un cajón y armarse un mundo imaginario. Su mundo imaginario no es como el del artista que busca crear belleza. El mundo imaginario de los políticos tiene un objetivo menos honrado: el poder. La justificación es que con el poder mejorarán la sociedad. Pero los medios son engaño, y el fin no lo justifica. Por eso es tan difícil su honestidad. La mayoría entra en un juego pervertido y tóxico. Dejan de saber lo que son, y representan lo que deben ser. Algunos con verdadero talento interpretativo.
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