Opinión

Naturaleza y caza

Me lo comentaba divertido el dueño de un hostal del Espinar: –Vinieron con sus bicicletas de montaña, sus cascos, sus equipos, sus mochilas y sus ilusiones. Pedalearon senda hacia arriba los cinco mocetones. Yo, a mis cosas, a servir desayunos y ayudar a montar el comedor para las comidas. Cuando fumaba un pitillo de descanso fuera del local, los ví bajar por la misma senda a todo pedal. Venían nerviosos, y uno de ellos, agresivo: –¡Lobos! Podrían habernos advertido de que hay lobos por esta zona–. El dueño del hostal los tranquilizó. –Los hay, y en abundancia, desde hace años. Desde aquí a Somosierra y desde Somosierra al Guadarrama, viven, al menos, seis manadas de lobos. Pero no se preocupen. Los que ustedes se han encontrado en el camino estaban bien alimentados. Ayer me mataron cuatro crías de vacuno–. Retornaron a Madrid con las corvas confusas.

El animalista que no conoce el campo, la feminista que no conoce al hombre y el antitaurino que jamás ha visto un paseíllo, están desequilibrando la libertad de la sociedad y adulterando,cuando no mutilando, principios y normas seculares. Ahí está la juez de Valladolid, amiga de Pacma, que ha prohibido la caza en Castilla-León. La caza, el recurso económico y natural, perfectamente establecido y equilibrado que mantiene a decenas de miles de familias de aquella Comunidad amenazada por los caprichos de una juez sesgada que muy pronto será una juez investigada. La caza y la naturaleza siempre han caminado de la mano, y no hay defensor de la naturaleza que supere al buen cazador.

Presenté, al alimón con Santiago Abascal, días atrás, un maravilloso libro de la naturaleza. Su autor, un gran cazador, José María Finat Riva, que nació en el campo y del campo no se ha movido como una buena parte de los suyos. El conde de Finat guardó el rifle y la escopeta, y tomó entre sus manos una máquina fotográfica. Como se conoce el campo como el que lo creó, sin trampas y sin trucos, ha dedicado los últimos años de su vida a retratarlo en vida, en su vida detenida, disparando su máquina. «Magisterium Naturae», se titula el prodigio. La fotografía del reyezuelo listado «regulus ignicapillus», le costó la inversión de más de diez horas para captar el momento. Y ahí están todos, ciervos, jabalíes, corzos, muflones, monteses, linces –impresionantes fotografías–, y águilas, búhos, lechuzas, perdices, el martín pescador que surge del agua, y los árboles de los campos nobles, la encina, el cataño, el alcornoque. Flores e insectos. Todo, obra limpia y abierta de un gran cazador. Los cochinos sobre la nieve, el zorro atento, la perdiz recelosa. Centenares de horas para retratar la naturaleza y sus criaturas del bosque mediterráneo sin trampa ni carton, que en este tipo de libros, como en los reportajes filmados para la televisión, las trampas, los trucos y las mentiras han abundado escandalosamente.

En un partido del Real Madrid, Mario Camus, en presencia de José Gómez-Acebo, me narró –como realizador de algún capítulo de un serial de naturaleza que alcanzó la cumbre de los mitos–, que el episodio dedicado a los lirones caretos se rodó en un espacio artificial de 50 metros cuadrados. Y que tuvo mucho éxito.

José María Finat jamás resignará su condición de cazador, pero menos aún, su amor y respeto por la naturaleza. Lo ha hecho sólo, sin ayudantes y sin apoyos logísticos. Sólos en el campo, su mirada, su máquina de fotos, la naturaleza y sus animales. No ha tenido excesiva repercusión su presentación porque al tratarse del libro de un conde hijo de duques, el elogio molesta sobremanera. Pero como cazador y amante de la naturaleza, simultáneamente, puedo asegurar que será muy difícil superar su belleza y limpieza en la ejecución. El libro ha sido editado por la Fundación Asisa, y no tiene ni una página de desperdicio.

Sin una trampa.