Opinión

Ni López ni Obrador

El presidente de México, un tal López Obrador, ha pedido por carta al Rey que se disculpe. El Rey es un hombre muy bien educado y no lo creo capaz de comportarse con grosería con el tal López Obrador. Le exige una disculpa con más de quinientos años de retraso, en nombre de Moctezuma y atribuyéndole las fechorías a Hernán Cortés. La brutalidad de la conquista y todas esas mentiras y zarandajas indigenistas. También ha escrito a la Santa Sede con similar objetivo, por cuanto el tal López Obrador considera que España conquistó México al amparo y la sombra de la Cruz. Le he recomendado al Rey que no le responda, pero que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, le escriba al Presidente de Italia una carta modelo López Obrador exigiéndole disculpas por la invasión de Roma, que tanto bien nos procuró a los iberos, si bien no todos lo reconocen. Y a los árabes que derrotaron en el 711 al Rey visigodo Don Rodrigo, y no contentos con ello, se quedaron en España durante siete siglos, hasta que Don Pelayo principió en los montes astures la Reconquista que culminaron con brillantez los Reyes católicos con la recuperación de Granada. Es síntesis. En 1541, los navegantes ingleses se quedaron con las Bermudas, las Barbado, y otras islas del Caribe. Y los portugueses ya se habían hecho con Brasil, Macao, Timor y la isla de Formosa. Los holandeses con la Guayana y Curaçao. Los ingleses con toda el África Oriental y los franceses con la Occidental, dejando para los belgas el Congo. Portugal colonizó Angola, Mozambique y la Guinea Portuguesa, así como Cabo Verde. Es decir, y esto sólo es un resumen de niño de colegio, que la cantidad de cartas de disculpas modelo Obrador que tendrían que ir de un lado al otro del planeta harían más dificultoso el tráfico áereo y el marítimo.

Hace más de quinientos años, la vida y el desarrollo de los derechos humanos eran muy diferentes a los de ahora. Los indígenas mexicanos se masacraban los unos a los otros, y en Papua y Nueva Guinea los naturales se comían a los misioneros y a los blancos que los acompañaban. Si hubo –que sí los hubo, pero no tantos–, abusos de los españoles contra la dignidad y la vida de los indígenas mexicanos, fue como consecuencia de los hijos, nietos y biznietos de los conquistadores que restaron en aquellas nuevas tierras. Ascendientes del Rey, ninguno. De mi familia, y perdón por meterme en camisas de once varas, tampoco. Pero ahí quedaron los López Obrador, y alguno de ellos, algo desagradable haría, si bien me acojo a una suposición verosímil, no a una verdad, bajo el cobijo de juicio de valor.

Los malvados españoles y los santos indígenas cohabitaron durante siglos sin problemas. Y cuando los españoles se fueron y otros españoles se quedaron, lo hicieron dejando en México el mayor tesoro de la cultura e instrumento de su prosperidad. La palabra. La palabra del segundo idioma más hablado en el mundo, el de los López Obrador, no el de Moctezuma.

Lo inconcebible es que pasados cinco siglos surja un singular cantamañanas populista y se dedique a este tipo de chorradas y pendejadas. Ahí es nada. Un pequeño Reino de Europa, la primera Nación-Estado del mundo, deja la Cruz y la palabra en California, Florida, Nuevo México, Nueva Orleans, Arizona, Guatemala, México, Nicaragua, Panamá, Bolivia, Argentina, Paraguay, Perú, Colombia, Ecuador, El Salvador, Chile, Venezuela, Uruguay, Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, las islas occidentales y para rizar el rizo de Rizal, Filipinas. Demasiadas disculpas y muy a destiempo.

Lo que sucedió en aquellos pagos, en aquellas tierras hermanas más españolizadas por el mestizaje que por las armas, es responsabilidad de los que allí quedaron y se creyeron superiores. Entre ellos, probablemente, los antecesores de López Obrador, el tonto epistolar que hoy preside a la maravillosa nación mexicana.