Opinión

Dulce ruiseñor

Decíase en los tiempos soviéticos, que un Cuarteto de Cuerda era lo que volvía a Moscú después de una gira por Occidente de una orquesta filarmónica rusa. En París, en pleno «gopak», la trepidante danza de los cosacos, seis bailarines del «Moisseiev» saltaron del escenario al pasillo central del patio de butacas, y sin dejar de dar saltos y cabriolas, alcanzaron el «Boulevard des Capucines» y pidieron asilo en la embajada de una nación normal. Se trataba de músicos y artistas en busca de la libertad que no habían conocido. La libertad es algo que puede resumirse en un simple plátano. Cuando fue derribado el Muro de Berlín, los berlineses occidentales invitaban a todo a los que venían del Telón de Acero. Y se agotaban los plátanos en las fruterías, puestos de venta y supermercados de Berlín Occidental. Les habían contado que existía una fruta con esas características que jamás vieron ni tuvieron opción de adquirir en el bello Berlín de la tristeza.

Cuando huyeron a Suiza las heroínas catalanas Marta Rovira y Anna Gabriel, experimenté en mi ánimo una extremada desazón. Más por Anna Gabriel que por Marta Rovira. Se lo dije a mi confesor, el padre Jaizquíbelmendi. –Padre, España en general y Cataluña en particular, han perdido a una gran artista–. El padre Jaizquíbelmendi, gran aficionado a la música, también se mostró compungido. Llevan un año instaladas en Ginebra, que es el sitio que eligen para exiliarse las heroínas perseguidas por su latido revolucionario. Y parece ser –de esto me congratulo–, que han hecho tan buenas migas que se han convertido en el mismo pan. Pero así como Marta Rovira no aporta nada más allá de su alto valor racial e identitario, Anna Gabriel ha dado al fin el paso y se ha dedicado a la canción-protesta. El dulce ruiseñor de Ginebra, «le Douce Rossignol de Genéve». Estaba cantado que una mujer tan femenina, afable, benigna, delicada y exquisita tendría que romper por alguna esquina del arte. Por otra parte, la vida en Ginebra no es barata, y la interpretación de la canción-protesta puede convertirse en una fundamental vía de financiación, si bien los helvéticos no destacan por su sensibilidad artística. A los suizos los sacas de Guillermo Tell, los quesos, los chocolates y los Bancos, y no hay manera de reconducirlos. Ya lo dijo un sobrino de Dürrenmat, el gran pensador. «Lo más divertido que puede suceder en un dormitorio suizo es que se caiga el edredón».

Anna Gabriel graba, en estos días, su primer disco, como miembro intregrado en el internacional conjunto valenciano «El Diluvi», que mucho me temo se traduzca como «El Diluvio». Y la canción elegida por Anna Gabriel, el Dulce Ruiseñor de Ginebra, lleva como título «Heroínas de la Oscura Noche», probablemente inspirada en ella misma y su compañera Marta Rovira. No todo ha sido un camino de rosas. Los componentes de «El Diluvi», repetidas veces aclamados en Suiza, eligieron para ella el nombre de La Golondrina de Lausana, «L´hirondelle de Lausanne», por aquello del golondrino axilar que tanto juego dio en su época de parlamentaria de la CUP. Pero al final, Marta Rovira se impuso a los valencianos y se optó por la denominación de «Le Rossignol de Genéve», que realmente es un acierto.

Un ejemplo para el vago de Puigdemont, que ni canta, ni toca el piano, ni tiene conocimientos del arpa y menos aún, de la guitarra española. Anna Gabriel ha roto el hielo, y a partir de ahora, todos los sufridos y perseguidos exiliados independentistas, se verán obligados a hacer algo para seguir siendo respetados por los tontos de sus seguidores. Ponsatí haría bien en probar con la flauta, y Matamala, que tiene dinero de sobra, podría principiar un proyecto de acercamiento artístico catalosuizo que culminaría con la creación de la sardana alpino-catalana, más alegre por los gorjeos tiroleses pero sin perder la solemnidad de los bellos y chispeantes compases catalanes. El exilio del arte. Un bello final para un cuento triste.