Opinión

Verdinas

Hoy toca moda gastronómica. Los astures son muy inteligentes y han puesto de moda a las verdinas, unas alubias de muy bello color que no saben a nada. La Real Academia Española no le concede a las verdinas – o les verdines-, una importancia significada. La edición del Tricentenario se despacha de este modo con las verdinas: «Verdina o Verdino: Dicho de un color muy verde o verdoso. Primer color verde de las plantas nacientes». Poca cosa. La verdina es una alubia poco desarrollada, muy elegante, que no sabe ni bien ni mal porque no sabe a nada, pero que se ha convertido en la moda gastronómica del momento. Por otro lado es flatulenta y aerofágica en sumo grado.

En lo que se llama en Madrid «Comillas» – es decir, desde Alfoz de Lloredo a Lamadrid pasando por Ruiloba, Comillas, Valdáliga y una esquinilla de San Vicente de la Barquera–, se consumen toneladas de verdinas. Ya se sabe, que la elegancia consiste en ocasiones en sostenerse desde el absurdo, que es lo que se aprecia como moda impuesta y distinguida. –Hoy hemos comido unas verdinas sensacionales en casa de los Plof. Eran completamente insípidas–. –Qué suerte, porque en casa de los Plef, que es ideal, sabían un poco a verdinas y Mimí Plef estaba avergonzada. Nos ha pedido perdón en el café–: –Perdonad lo de las verdinas. La próxima vez os prometo que no sabrán a nada–.

También he comido verdinas en el corazón de Sierra Morena, a un paso de la carretera ascendente hacia al Santuario de Santa María de la Cabeza. En la España seca y serrana, se advierte aún mejor la distancia que separa a la verdina del sabor. No soy de cenas estivales. Como y ceno con mi familia y mis amigos, pero no puedo ocultar que en el verano pasado, sin hacer nada de deporte o ejercicio, adelgacé más de diez kilos gracias a las verdinas. En todas las casas ofrecían verdinas con gran ilusión, y yo me limitaba a probar unas pocas y dejar las restantes. Hecho comprobado que ha puesto de moda las verdinas en Madrid. –Has vuelto muy delgado del norte–; –es que sólo he comido verdinas–. Y claro, las verdinas se agotan.

El gran científico dietético austriaco, doctor Glükner, en su formidable y extenso estudio «Qué come, qué piensa y qué siente la vaca», analiza pormenorizadamente las sensaciones, estados de ánimo y hábitos alimenticios de las nada simpáticas vacas lecheras. La vaca de leche, según el estudio del afamado doctor de Salzburgo, tiene la mirada triste por un motivo bastante comprensible. Se pasan el día manoseando sus tetas, pero nadie las besa posteriormente. También la vaca necesita ser besada, opina el profesor. Y en lo que respecta a sus dietas, el profesor es concluyente: «Una vaca precisa del complemento del pienso, de sal y hierba seca para mantenerse en forma. Pero lo que más gusta a las vacas son las verdinas, pequeñas alubias que se consumen una barbaridad en el norte de España y que se caracterizan por su elegante insipidez».

La verdina adelgaza siempre que no se consuma. Es falsa la teoría de su influencia en el adelgazamiento. Mi gran amigo Loyola Burgos de Melilla, que hace el mejor cocido madrileño de España –sólo comparable al del Real Nuevo Club de Madrid y al lebaniego del «Oso» de Cosgaya–, gran deportista, golfista y padelista, y que había adquirido un contorno escultural dos años atrás gracias a su alimentación, engordó seis kilogramos un mes de agosto muy productivo en verdinas. Fueron tantas las toneladas de verdinas que de Asturias llegaron a Cantabria, que los comercios del occidente montañés regalaban una bolsa de verdinas a quien adquiriera un producto de valor superior a diez euros. La verdina sólo adelgaza si no se consume, y es falso que su liviana piel de alubia en formación se digiera con facilidad. Se pega a las paredes intestinales y repite más que el ajo, si bien con más moderada impregnación del aire.

He creído conveniente, ahora que el verano se acerca, alertar al respecto. No tengo interés alguno, todo lo contrario, en perjudicar a los productores de verdinas. Aunque no tenga sabor, es agradable de comer por su tacto acariciador. Pero creo conveniente por ser obligación moral gastronómica, rogar a mis amigos astures y colindantes con Asturias, que sigan consumiendo verdinas siempre que al referirse a ellas, no pongan los ojos en blanco y gesto de pez.

Hoy almuerzo en la casa de unos queridísimos cuñados, que además de ello, son profundos amigos.

De primer plato, verdinas.