Opinión
Sentido pésame
Decía Edgar Neville que sollozar o zollipear en público era de pobres. No estoy de acuerdo. Es más de folclóricos, de actores y de pedorros de tertulias cardíacas en las cadenas de televisión. La tristeza, eso sí, hay que asumirla con dignidad. Las lágrimas se escapan, y es recomendable permitir su libertad, intentando restringir los aspavientos, las perras y las llantinas.
Hace 80 años murió fusilado un chequista llamado Ángel Santamaría Torremocha. Era, sin saberlo, tío bisabuelo de Pablo Iglesias. Y dos días atrás, sus familiares acudieron a rendirle homenaje al cementerio en el que se intuye su enterramiento. Pablo Iglesias no pudo contener el llanto. Quería mucho a su tío bisabuelo, y se entregó a los lloriqueos. Hay fotos encantadoras de Hitler y Stalin con niños, y formar parte de una checa de prisión y tortura no conlleva la maldad absoluta. El tío bisabuelo de Pablo Iglesias tuvo que ser, para su familia, un tío bisabuelo adorable, un solete. Y Pablo se derrumbó plenamente en el cementerio. Le envío mi más sentido pésame, porque tíos bisabuelos no se pierden todos los días.
A la famosa Manolita Chen, que adoraba a su tío tatarabuelo Pepe Chen, aunque no lo conoció ni en pintura, le dolió sobremanera enterarse de su trágico final. Fue asesinado por órdenes del Moro Muza. Manolita Chen sollozó cuando supo que su tío tatarabuelo murió abatido por órdenes del Moro Muza, que tuvo que ser malísimo. Pero no reunió las fuerzas suficientes para acudir al cementerio de Melilla, donde se dice que está enterrado el bueno de Pepe Chen. Pablo Iglesias sí se armó de entereza para depositar un ramo de flores en la tumba de su tío bisabuelo, pero metido en la triste harina de las necrópolis, se vino abajo y le asaltó el berrinche de la pena por la pérdida del ser querido. Y le reitero mi sentido pésame.
El 13 de septiembre de 1998 se celebró, con carácter privado, un oficio fúnebre conmemorativo del fallecimiento de Felipe II, que entregó su alma a Dios el 13 de septiembre de 1598. Tuvo lugar la ceremonia en el Monasterio del Escorial, y sorprendentemente, fui invitado a participar en el funeral. Todos lloramos una barbaridad, pero gracias a la discreción del acto, no hubo grabaciones ni fotografías. Me emocionó el llanto desmedido, los gemidos de dolor anímico, del Príncipe Amadeus Turn & Taxis, sobrino tatatatatataranieto del difunto Rey. Y me atrevo, al fin, a reconocer públicamente, que se me hincharon los ojos de tantísimo llorar. En unas «Malagueñas Canarias» que cantan los grandes «Sabandeños», la letra dice: «Tengo los ojos hinchados/ de tanto mirar al mar». Pues lo mismo, pero por motivo diferente. No sabía que quería tanto a Felipe II, a quien mucho añoro.
Retomo la falsa teoría de Edgar Neville. Zollipear, sollozar en público, no es de pobres. Pablo Iglesias no es pobre. Puede ser un pobre hombre, pero de sobrados caudales. Sucede que es un gran sentimental, un familiar ejemplar, un sobrino biznieto que nos ha mostrado, sin pudor, el amor que se puede sentir por un tío bisabuelo fallecido cuarenta años antes de su feliz nacimiento. Mucha gente se ríe de sus lloriqueos, pero por personal experiencia, me sitúo a su lado y administro su emocionante decaimiento.
Conocí en la falda del «Mont Blanc» a Pierre Tell, descendiente de Guillermo Tell, el que atravesó de un flechazo el cuello de su hijo. No es cierto que acertara en la manzana. Mató al pobre niño porque le tembló el pulso. Lo que lloró ese hombre narrándome la realidad de su secreto familiar no es descriptible. Ríos de lágrimas, arroyos de llanto, afluentes de gemidos húmedos. Aún no me he repuesto de la impresión y procuro evitar cualquier desplazamiento a Suiza.
Ánimo, Pablo Iglesias. Entereza. Fuerza interior para sobrellevar la angustia lacerante que produce la muerte de un tío bisabuelo. Con el tiempo, se aliviará la melancolía y el jardín florecido en primavera en La Navata, le hará ver que la vida sigue su curso y hay que mirar hacia el porvenir. Pero reincido en la reincidencia.
Mi más sentido pésame.
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