Opinión

Mente cerrada

Existen áreas en el cerebro humano que son páramos de grisura. Al menos en mi cerebro. Admiro a los que saben grabar los teléfonos de comunicaciones habituales en los móviles. Mi mente se declara cerrada para ello. Admiro a los que siguen, día tras día, los aconteceres del «Brexit». No entiendo el «Brexit», no comprendo que sea tan complicado irse de un sitio, y menos aún soy capaz de mantener una conversación coherente al respecto. Siento admiración por los padres y abuelos que ven jugar a sus hijos y nietos sin preocupación por su integridad física. Yo los veo y vigilo, y siempre advierto peligros y riesgos de alta repercusión hospitalaria. Admiro a los que saben controlar el primer chorro de la ducha. En mi caso, ese primer chorro me mortifica si el agua surge en exceso ardiente o me congela si lo hace como si el usuario de la ducha fuera un pingüino. No he logrado superar la página 7 del «Ulises» de Joyce, la 22 de «El Lobo Estepario de Hesse» y la 3 de «La Rusa» de Juan Luis Cebrián. Y me leo un libro cada día con delicia y sin esfuerzo. Cuando quito una telaraña formada entre mis buganvillas norteñas, inexplicablemente la autora del prodigio, es decir, la araña, en lugar de terminar en el suelo toma posesión de mi cuello y en ocasiones se introduce bajo mi camisa, produciéndome en legítima venganza, toda suerte de picaduras. Tengo una magnífica memoria para los nombres, pero se me traba el de Gerardo, que confundo con Ernesto. A Dios gracias soy amigo de muy pocos gerardos, y más bien que mal, sigo así por la vida. En la Santa Misa me sigue dando vergüenza el momento de «daos fraternalmente la paz». Se trata de una cuestión de timidez. Mi abuela política, María Gil de Biedma, madre de un santo misionero jesuita, compartía mi escasa afición por el rito. Cuando era inevitable y su vecino en el banco de la iglesia le extendía la mano para darle fraternalmente la paz, ella correspondía de la siguiente guisa: «Mucho gusto. Viuda de Muguiro».

Me encanta el fútbol y soy madridista hasta la médula, pero aborrezco la charla con el fútbol de protagonista. Siempre hay un tonto en la tertulia, tonto cimero, que sabe más que yo, y se acuerda de todos los goles que ha visto en su vida, incluidos los que se produjeron en 1982 en el partido de Tercera División disputado por la Cultural Leonesa y el Jaén. Y cuando tecleo sin tino el ordenador y éste me formula una pregunta, respondo siempre por la opción equivocada. –¿Desea salir de esta página?–; –no–; y desaparece la página.

Jamás – ni con trampa– he conseguido ultimar un crucigrama, ni un pasatiempo de periódico, ni el conflicto de las siete diferencias. He llegado a cinco, como mucho. Literariamente soy más machista que feminista. Las escritoras son mucho más precisas en las descripciones, y de ahí el exceso de páginas de sus novelas. La escritora irlandesa de novelas policíacas Elleanor Kopling escribió sobre un terrible asesinato, pero describió con tal precisión el castillo donde se produjo, el jardín que lo rodeaba y el aposento donde tuvo lugar el crimen, que el cadáver de la víctima no apareció hasta la página 307. El cuerpo del asesinado «yacía de decúbito prono, sobre una alfombra granate con rosas amarillas, lo pies zambos, y a dos pasos de un enorme ventanal que daba a la zona suroeste del jardín, con los rododendros y las camelias iniciando su preciosa floración».

Dejé de ir al cine por el ruido que hacen los espectadores mientras comen patatas o palomitas. Repugnante concierto. Y a estas alturas de mi vida, aunque suene antipático e impertinente, deseo que me despresenten a todos los pelmazos que he conocido durante mi existencia, y que abundan como las hormigas. Sobre todo a los que te saludan con un «¿a que no sabes quién soy?».

Mente cerrada, páramo cerebral. Me encantaría superar mis carencias, pero intuyo que me falta tiempo. Buenos días.