Opinión

Mi solete

Pablo Iglesias, que en tantas ocasiones es mi sol, por la luz y alegría que me trae con sus chorradas, ha perdido un poco los orientes y occidentes con los cambios de pañales. Y ha dicho, en Hospitalet del Llobregat, donde reunió con gran esfuerzo a unos pocos de centenares de partidarios, que no quiere vivir en un país con presos políticos. A ver, mi solete. Está usted en la campaña electoral de una cita con las urnas en España. Las encuestas no le resultan agradables, y es muy probable que usted pierda un saco de votos y de diputados. Pero por perder, no estará usted jamás obligado a marcharse de España e instalarse en Venezuela, Irán, Cuba, Nicaragua o Corea del Norte, en cuyas cárceles malviven y mueren a puñados los presos políticos. De Irán y Venezuela le llegaron los primeros dineros que se culminaron con la adquisición de esa modesta casoplona de campo en una urbanización de la casta. Nadie va a invitarles a abandonar esa casa si pierde en las elecciones. Podrá seguir viviendo, hablando, acudiendo a la Sexta y cambiando pañales durante toda su vida. Su problema, mi solete, es que todavía no ha acertado a establecer diferencias entre los presos políticos –los de Maduro–, y los políticos presos que están siendo juzgados en España por rebelión, sedición y malversación de caudales públicos. Atienda bien y no se me encabrite. Usted es político. Si mañana, el Gobierno de la nación le manda a los guardias, no a protegerlo, sino a detenerlo por capricho, como hace su amigo Maduro, y lo encarcela y tortura, como ordena Maduro por satisfacer su venganza y su capricho, usted sería un preso político. Pero si a usted, mi solete, siendo político, le soplara en las sienes la tramontana, enloqueciera, y quisiera culminar su sueño de azotar hasta que brote la sangre del cuerpo de Mariló Montero, y se probara la comisión del delito, usted sería un político preso, no un preso político. Parece mentira que a estas alturas de la tragedia no se haya apercibido todavía de las diferencias que existen entre los políticos presos por cometer un gravísimo delito y los presos políticos de Maduro, de Ortega, de Kim-Jong-Un, del teócrata iraní y del heredero de los Castro. No hay en Europa ningún preso político, y si mañana a Macron le da por asaltar bancos, según el Código Penal de Francia, perdería como imputado todos los privilegios que disfruta, sería juzgado, y de probarse su afición por los atracos a mano armada, ingresaría en la cárcel como político delincuente, como político preso, pero jamás como preso político. No le deseamos que viva usted en ningún país como los anteriormente mencionados, con presos políticos en el debe y haber de sus vergüenzas. Ni en Venezuela, mi solete, donde usted, sus íntimos de antaño y hogaño y sus correligionarios han vivido o viven como pachás a costa del hambre, la miseria y la desesperación de los venezolanos. Es más, y a costa de sus sacrificios, su sangre y su muerte, que lleva su amigo Maduro casi doscientos mil muertos señalados en sus cuadernos de caza.

Usted, mi sol, va a perder. Acumula mucho tiempo de descenso. Pero no le deseamos el mal. Sabemos que su sueño, su gran ilusión, sería la de retornar al piso de Vallecas. Pero ya es tarde. Se tendrá que conformar con La Navata, el aire puro del Parque Nacional del Guadarrama, los vuelos amarillos de las oropéndolas –a partir de mayo–, los saltos de los corzos y la alegría de las ardillas. En España no existen los presos políticos que usted tanto deplora cuando no los hay, y tanto calla cuando abundan en naciones con regímenes tiranos pero buenos financiadores. Le deseamos de corazón, muchos años de felicidad en La Navata, viendo crecer a sus hijos y recibiendo clases de gramática y lenguaje de su madre, que es un portento en la materia. No deseo importunarle más, en días tan tristes que le recuerdan al difunto tío bisabuelo. Sean felices y obtengan la prosperidad necesaria para aliviar sus rencores. El primer paso ya lo han dado con la compra de «Villa Tinaja», aunque ese sacrificio les vaya a pasar factura en la lealtad de sus votantes. Pierdan y resten aquí, en España, que es un Estado de Derecho sin fisuras, al menos en la letra de sus códigos. Y respete a la Justicia, eso tan antiguo y tan recomendable.