Opinión

Corazón y tripas

Fue Von Bismarck el que dijo que somos el país más fuerte del mundo porque llevamos siglos queriendo destruirnos y todavía no lo hemos conseguido. No sé si llegamos a tanto, pero si nos atenemos a cómo está transcurriendo el calentamiento previo a las elecciones, es inequívoco que intentar destruir al contrario es el lema común más allá de genialidades como «Haz que pase», «Valor garantizado», «Por España» o «Vamos». Ni Sánchez tiene las manos manchadas de sangre, ni Casado tiene nada que ver con los papeles de Bárcenas proyectados en la Plaza Mayor ni la derecha es más trifálica de lo que bifálica tiene la izquierda ni Rivera es un caricato que no sirve ni para difamar. Sin embargo, todo esto se ha dicho ya. Luego esos mismos políticos ponen cara de mosca de la fruta cuando se les indica que de ganar lo harán, no por las simpatías que despierta su programa sino por pura tirria al contrario. La experiencia nos dice que en este país tira más un insulto bien colocado que lo que se vaya a hacer con el IVA de la luz, quizá porque estamos acostumbrado a que las promesas electorales no sean más que vacío envuelto en papel de regalo. La precampaña ha empezado con una virulencia que recuerda más a la Pelea a Garrotazos de Goya que a un debate político e ideológico. En el mejor de los casos, alguno desliza, entre descalificación y puyazo, una propuesta dirigida a un colectivo siempre numeroso por aquello de atraerlo a su seno, pero al final el titular siempre se lo lleva el trazo grueso que es, como ellos muy bien saben, lo que más vende.

Sería muy deseable que fuésemos a votar con la cabeza y si quieren, también con el corazón, pero visto el interés que están poniendo todos, volveremos a ir con las tripas en la mano. Qué le vamos a hacer.