Opinión

Pelota

Sean recordadas las magníficas viñetas de Serafin en La Codorniz. Aquella Oficina Siniestra siempre habitada por un ser insignificante que llevaba un cartel que decía: «Pelota 345.219». El gran adulador del jefe supremo. Se cuenta que una mañana en el Golf de la Zapateira, jugaba un partido de nueve hoyos el que era Jefe del Estado, General Franco. Le acompañaba el Gobernador Civil de La Coruña, famoso por sus lisonjas, embelecos y zalamerías al Caudillo. Franco golpeó con la madera 3 la bola desde el «tie» de salida. Culminado el golpe, el Gobernador Civil hizo visera con sus manos para admirar y celebrar el vuelo de la bola. –Impresionante golpe, Excelencia–. Franco le agradeció el incienso de esta guisa: –No sea pelota, Gobernador. No he dado a la bola–. Y efectivamente ahí estaba la bola, aguardando el momento de ser golpeada en un segundo intento. Don Juan De Borbón conoció al pelota mayor de Guadalajara en un viaje por carretera. Se detuvieron en un local para tomar un café, y el dueño del bar, con lágrimas en los ojos, le dijo: «Señor, es Vuestra Majestad igual, pero lo que se dice igual, a los Reyes Católicos». No tenía suerte Don Juan en sus paradas alcarreñas. En otro local las cosas no fueron tan zalameras como en el anterior. El dueño miraba y miraba a Don Juan, y al fin, le dirigió la palabra. «A usted lo conozco de algo y no doy con su nombre». «Estaremos aquí diez minutos. Si, al irnos, todavía no se ha acordado de quien soy, yo se lo diré». El ventero, al fin, golpeó la barra con alegría y se situó frente a Don Juan. «Ya sé quién es. ¡Usted es Manolo Santana!». Una cura de humildad, no por Manolo Santana, que ha sido, es y será un genio del tenis español. Pero al entrar en el coche, Don Juan le comentó a sus acompañantes. «Ni soy tan bajito ni tengo tan largos los dientes como Manolo».

Un duque, que estaba bastante chiflado, cazaba a mano perdices sin llevar escopeta. Volaba una perdiz, el duque se encaraba, decía «pum pum», y creía haber abatido a la gallinácea. Su guarda, gran pelota, lo celebraba: «¡Muy buen tiro, señor Duque!». Una mañana, el duque se levantó menos chiflado de lo habitual, y salió a cazar sin la escopeta. Saltó una liebre, el duque hizo «pum pum», y el guarda , emocionado, agasajó su pericia: «Bravo, señor duque, la ha dejado seca». Y el duque, que estaba como una cabra pero no era tonto, le ordenó al guarda. «Vete a por ella y me la traes. Y si no me la traes, no te pago la extraordinaria de Navidad». Por pelota.

Creo que Tezanos es una mezcla de los pelotas previamente referidos o mencionados. Para mí, que ante Pedro Sánchez, se le hacen puré de gusto las canillas. Padece la rubeola del poder. En la Historia, hay casos de halagados poderosos que no se han creído las lisonjas de sus pelotas y han reaccionado de manera brutal contra ellos. Se cuenta el caso del coronel de la Guardia personal de Stalin, que aprovechando un silencio, sentenció: «La que se ha convertido en una mujer bellísima es Svetlana, la hija de nuestro Gran Camarada». El Gran Camarada, que sabía a la perfección que su hija Svetlana era más fea que la mujer de Nikita Krushchev (Q.E.P.D.) le ordenó al general Timoshenko: «Vladimir, ahora mismo detienes al coronel Belaiev y me lo fusilas». Ruego a los lectores un minuto de silencio en recuerdo del coronel Belaiev.

Cumplido el minuto de silencio, vuelvo a Tezanos. Este hombre es tan pelota que ha perdido la cabeza. Lo malo es que sus cobas a Sánchez nos están costando un huevo a los españoles. He leído que su última encuesta del CIS se asemeja más a una gamberrada que a una estadística premonitoria. Así, mientras desayunan en La Moncloa: «Mira, Bego, vamos a arrasar. Seguiremos teniendo el Falcon a nuestra disposición. Lo ha dicho Tezanos».

Los políticos superficiales, sin pelotas, no son nada.