Opinión
Érase una vez
Érase una vez un país de imbéciles cuyas asociaciones de feminismo supremacista se meten en absolutamente todo para cambiar y darle vuelta a una sociedad ya bastante maltrecha de unos años para acá, desde aquel famoso «a España no la va a reconocer ni la madre que la parió» de Alfonso Guerra, cuando era vicepresidente del Gobierno. En aquellos tiempos la cosa comenzó a destartalarse y hoy, con la colaboración impagable de las ideólogas de género, estamos llegando a unos límites insospechados, hasta tal punto que las podemitas exigen que las vacas no sean violadas «víctimas de los intereses económicos de las crueles industrias». También se habla de la explotación de las gallinas «víctimas de los humanos y de los gallos» y califican a las mujeres que cocinan y comen huevos de «traidoras de su propio género y de antifeministas por no tener empatía con las gallinas y ser cómplices del patriarcado». Argumentar contra esto me parece una pérdida de tiempo por ser una inmensa patochada, pero sí conviene darlo a conocer para que el personal vea cómo anda el patio.
En otro orden de cosas y siguiendo en la línea de la necedad y de la persecución al macho de todas las especies, se pide eliminar de las editoriales cuentos como «Caperucita Roja», por machismo. El de «Los tres cerditos» porque no hay cerditas, es decir, no hay diversidad de género. El de «La bella durmiente» también por machista. Y todo así. Cuentos infantiles que tienen más de cinco siglos, como en el caso de caperucita, que a lo largo de tantísimos años se ha ido transmitiendo de padres a hijos si bien quien lo publicó allá por el mil seiscientos y pico fue el escritor francés Charles Perrault partiendo de una historia popular, al igual que «La bella durmiente», si bien este último fue reescrito dos siglos más tarde por los Hermanos Grimm. ¿Será que todos ellos eran unos malditos y sucios verracos? ¡Y qué decir de la verdadera historia de los tres pequeños cerdos sin una sola cerda de protagonista! Recuerdo con precisión que yo lo tenía entre mis favoritos en una edición en inglés que una tía mía me regaló y que todavía conservo primorosamente.
Como colofón no podemos dejar de traer a estas líneas a la insigne Carmen Calvo, que ahora va y dice que «hay que acabar con el estereotipo del amor romántico porque es machismo encubierto». ¿Será que muchas somos unas machistas de tomo y lomo porque nos encantan las cenitas a dos, los detalles amorosos, los besos en el cuello, los regalos sorpresa o una bañera con velitas, pétalos de rosa y botella de champán? ¡Pobres payasas las que se lo pierden por defender lo indefendible! Realmente si la mujer se empeña en ser un personaje odioso lo consigue cum laude, pero no como el doctorado de Sánchez, sino de verdad. No sé si algún día conseguiremos volver a una realidad razonablemente más bella, porque la de hoy es realmente repugnante. La España que dejamos a nuestra descendencia es infumable si los votantes no lo remedian y dejan en franca minoría no solo a quienes pretenden desmembrarla, sino también a quienes la convierten en un país de deshecho de tienta.
Somos una nación acogedora porque somos gente acogedora. Tenemos un clima magnífico, una gastronomía inigualable, una geografía bellísima y diversa y unos mares para navegarlos placenteramente. Procuremos que nadie destruya nuestro carácter, que es el que imbuye la idiosincrasia a una tierra única como la nuestra. Pasado mañana es el gran debate a cinco en Antena 3. Tenemos dos horas de promesas de los líderes entre los cuales hemos de elegir al que nos gobierne. Afilemos el lápiz a la hora de elegir el nombre.
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