Opinión
Aireando
Puede que una de las mejores ideas del PP esta campaña haya sido poner a Cayetana Álvarez de Toledo por Barcelona. Álvarez pisa sin deudas la región y no tiene hipotecas sobre su futuro en la zona. Justamente, la situación contraria a la que es más frecuente entre los políticos catalanes. Sé que queda feo decirlo, pero es perfectamente formulable la hipótesis de que en Cataluña lo primero que se pregunta alguien que quiere progresar es: ¿en qué sentido debo manifestarme ideológicamente si quiero seguir teniendo opciones de trabajar aquí?
Habrá quien lo niegue y quien me contradiga vivamente sobre la posibilidad de que tal cosa suceda, pero no podrá rebatir de ningún modo que, cuando aceptamos como hipótesis de trabajo esa pregunta (el hecho de que exista aunque sea inconscientemente o no), todo encaja y quedan automáticamente explicadas de una manera diáfana y racional un montón de trayectorias y espectaculares cambiadas ideológicas que se han dado entre los profesionales de esta política regional durante los últimos años.
No es el caso de Álvarez de Toledo. No aspira a ningún retiro, pequeño, estrecho y local. No lo necesita. Su mente absorbe un campo más amplio que abarca toda la península y eso se nota. Como el higienista cuando llega a una zona pantanosa, lo primero que hace es comprobar el nivel de salubridad del agua. Luego va a TV3 y lo cuenta sin que se le mueva ni un pelo. El efecto es el de aquel que señala que el emperador va desnudo. Es tan sensacional y poco frecuente en esta tierra, que la última vez hasta provocó que la presentadora se atragantara.
Por supuesto, el nacionalismo funcionará de manera reactiva y pronto podremos escuchar en la calle catalana los peores y más burdos rumores sobre Cayetana intentando atribuirle manía persecutoria. Pero lo cierto es que lo que dice no es nada nuevo ni inventado.
En Cataluña, hay un terrible déficit democrático desde hace mucho tiempo. A finales de 2006, lo reconocía hasta Josep Cuní cuando hablaba de «un retroceso claro en el ejercicio democrático». Y lo decía ya entonces, hace trece años, cuando no existían todavía ni los textos supremacistas de Torra, ni los acosos de los CDR. Con que imagínense ahora.
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