Opinión
Debates para indecisos
A lo mejor sí; a lo mejor los debates electorales sirven para que los indecisos se decidan. Otra cosa es que sean tantos como revelan esas encuestas que ya no veremos porque nadie se ha molestado en actualizar algunos puntos de nuestra ley electoral manifiestamente viejunos. Es difícil saber cuántos de esos que afirman desconocer el color definitivo de su papeleta sí lo saben pero se lo callan, pero, en cualquier caso, el porcentaje tan alto de personas que optan por contestar que aún se lo están mirando debería hacernos pensar, porque o hay mucho líder que no acaba de convencer o vivimos con miedo y/o vergüenza a confesar nuestra opción política.
Preocupante en ambos casos. Pero, por si de verdad el problema estuviera en la indecisión, ahí están los debates cuyo objetivo es doble: la pesca en caladero ajeno y, a la vez, el control del propio para que no lo expolie el mismo con el que habrá que pactar si se diera el caso, ejercicio que requiere de una finísima habilidad que ha llevado a los debatientes a ensayar más que si fueran a rodar Los Vengadores para no quedarse cortos, que es lo que espera el de al lado para coger el rebote, ni pasarse de frenada, que es lo que anhela el contrario para hacer bandera de su talante.
Que nadie se engañe: todo en estos rifirrafes catódicos está medido y controlado: desde el lenguaje corporal al color de los calcetines, lo que no quita para que sean absolutamente necesarios aunque a la hora de la verdad siga sin estar claro que inclinen tanto la balanza y aunque lo que en ellos se diga sea más un teatrillo que lo que vayan a hacer unos y otros si gobiernan.
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