Opinión

Ganar o perder

No sé por qué siempre he sido rara y ya desde pequeña eso de ganar me daba relativamente igual. De hecho, mi familia, obstinados jugadores de cartas, no me dejaban jugar a no ser que faltase uno. Y, en cuanto podían, me liberaban de la mesa. Yo no sentía esa pasión. Tampoco me gustaba lo que ocurría con los que perdían ni con los que ganaban. Se enfadaban entre ellos. El único juego que me ha cautivado realmente ha sido el teatro, tanto que llevo toda la vida en ello sin perder el entusiasmo. Tampoco me gusta el mando. Es una contradicción en mi vida el ser controladora e hiperresponsable, algo que me avoca a dirigir grupos y sufrir por no sacarle todo el placer. No le encuentro la erótica ni al poder ni al dinero de sobra. Me fastidia tener que regañar a alguien porque no cumple con su deber. No me pone gastarme la pasta en lujos.

El juego político me resulta detestable. Pero, por extrañas circunstancias una vez tuve cargo. Me dieron hasta despacho y ordenanza. Y no me gustó, no lo aproveché, no jugué a la cadena de favores, no me excite dando ordenes, no conté monedas en soledad. Sin embargo, hay algo en esta cultura que hace que la mayoría se muera por que le pongan una gorra y un «no» en la boca. Hay quizá algo en el cerebro que produce sustancias placenteras ante actos de dominio propio y nos hace olvidar que ganar y tener es algo totalmente efímero. Porque como dijo aquel: «Nacemos sin traer nada. Morimos sin llevar nada. Y en el medio peleamos por algo que ni trajimos ni nos llevaremos».