Opinión

El odio de Gispert

Deberíamos alegrarnos de la incontinencia dactilar de Nuria de Gispert. Demuestra en qué se transforma el ser humano cuando la ideología se convierte en fanatismo: en una especie de calamar cabreado que expulsa como si fuera tinta una ráfaga de mala leche en forma de tuit. Esta señora, que ha vivido toda la vida estupendamente gracias al erario público, dedica a diario un ratito de su aburridísima existencia a cultivar el odio hacia todo lo que se mueva fuera de sus parámetros. Que es una independentista furibunda es algo que nadie cuestiona, pero preocupa esa obsesión por demostrarlo tirando de insulto.

Debería saber que la democracia consiste en dejar que cada cual piense lo que le da la gana; sin embargo, vive inmersa en su particular mundo virtual donde escupir veneno es un ejercicio de relajación. Sí, es cierto que su último desparrame, el de los cerdos, ha desaparecido de su cuenta de Twitter, pero de donde debería desaparecer es de su pensamiento. Lo malo no es lo que escribe sino lo que siente y no hay más que mirarle la cara para saber que sigue inmersa en ese sueño de la sinrazón que crea monstruos mucho más temibles que los que Goya plasmó en sus pinturas negras.