Opinión

La soledad

La insoportable soledad no deseada está atacando a nuestras gentes, a nosotros. Aquí, en los mundos civilizados, tecnológicos, ricos, alimentados. La insoportable soledad no deseada que sienten los niños y los jóvenes; los de la edad mediana y los mayores. Pobres mayores, porque ellos ya no tienen esperanza ni poder físico para combatir ese horror. Ese horror que produce angustia; una sensación que es como si te agarrasen de las dos partes de las costillas y te apretujaran el corazón contra la nada. Angustia, esa parálisis que altera la respiración a los jóvenes y desmorona a los ancianos. Porque los ancianos no tienen facultades para luchar contra los males modernos.

No pueden aferrarse al móvil y navegar. O «wasapear» con medio mundo a ver si alguien les contesta. No quieren que sea cualquiera. Los mayores saben quiénes son con los que desean estar. Quiénes son compañía. La soledad les mata, y algunos aparecen muertos en sus casas, hallados por admirables bomberos que arropan sus cuerpecitos. Murió de un ictus, o quizá de un infarto o de vaya usted a saber. Solo tenemos sus esqueletos tendidos en la cama.

Pero, aunque no se diga, muchos viejitos se suicidan. Otros lo intentan y no lo logran. Y siguen vivos pero más solos. Nunca se ha sufrido más la soledad que ahora. Nunca tanta gente ha habitado sin compañía. Nunca llamar a la puerta del vecino ha sido tan complicado. Y el que no tiene pies firmes, vista de lince, mente de héroe y alma de sabio, se desespera. Sin entender por qué ya nadie quiere conversación y recuerdos, o de desmemorias llenas de sentido y alma. Sin entender qué ocurrió para tener esta soledad.