Opinión

Un español

Tuve muchos encuentros y desencuentros con Alfredo Pérez de Rubalcaba. Pero imperan los primeros. El fundamental, su apoyo firme y callado a la Corona, que culmina con su buen hacer en las semanas previas a la abdicación del Rey Juan Carlos I y la proclamación de Felipe VI. Su peor época, sin duda alguna, la del Gobierno de Zapatero. Zapatero más que un presidente del Gobierno fue una infección, y contagió a todos los que le rodearon. La actuación de Rubalcaba en las horas posteriores al atentado islamista en Madrid fue cínica y penosa. Pero su socialismo jamás nubló su españolismo. Nos unían sentimientos seguros. Fue, como yo, pilarista, y del colegio de la calle de Castelló. Madridista a ultranza. Y montañés. Ahí me ganaba, porque Alfredo nació en La Montaña de Cantabria y yo no tuve otra opción que elegir adoptarme por ella. Listísimo, simpático y embaucador. Un alto dirigente del PP, que sufrió su ironía, sus manejos y su inteligencia, al saber de mis buenas relaciones –tiempos últimos de los Gobiernos de Felipe González–, con Rubalcaba me advirtió: –Cuidado con ése que miente mucho y es más letal que el cianuro–. Le respondí que él también era un mentiroso, pero sin el atractivo del cianuro.

Alfredo estaba muy bien educado, y es detalle a no olvidar. Escribo en pasado, porque ya no es lo que fue ni será lo que era. El Colegio del Pilar educaba y formaba. Creo que era un poco mayor que yo. Aprendimos a jugar al fútbol cuesta arriba o cuesta abajo, en el solar que servía de campo de recreo a los medianos y mayores. Y éramos madridistas. Zapatero y Sánchez son del Barcelona, porque el Real Madrid, más allá de nuestras fronteras, fue el gran embajador de España. Zapatero y Sánchez ignoran que Franco fue quien salvó al Barcelona de la quiebra. Y me alegro. De no haberlo salvado, no habríamos disfrutado del 4-0 que le endosó el Liverpool en Anfield, delicioso regalo.

Rubalcaba era socialista por convicción, que no por resentimiento. Fue químico y atleta. Y creo no ser injusto si afirmo que uno de los políticos más inteligentes de nuestra etapa democrática, que está a un paso de claudicar por culpa del silencio de los que como él, no confunden la militancia socialista con el antiespañolismo, el rencor y las lisonjas al independentismo. Ahí se ha echado de menos la voz de Alfredo, que permaneció en silencio mientras otros socialistas de su generación, Felipe González, Alfonso Guerra, Jóse Luis Corcuera, Joaquín Leguina, Francisco Vázquez, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Nicolás Redondo, y otros muchos, no han tenido pelos en la lengua para denunciar el rumbo errado del PSOE actual. Socialistas patriotas sin complejos. Más patriotas que otros que presumen de serlo desde el PP desvencijado de Rajoy y Soraya, la auténtica fundadora de Podemos y del populismo demencial en España. Iglesias no es otra cosa que el títere elegido por la piraña de Valladolid para debilitar al PSOE. Y le salió rana la estrategia.

Rubalcaba, como todos los grandes, ha acertado y errado, pero eliminando sus aristas más hirientes, ha sido un socialista español entregado a sus ideas y al servicio a los demás. Ministro de casi todo y cumplidor estricto de la Constitución. No se enriqueció, y le pasaron millones de euros libres de justificación por las manos. Fue leal a sus ideas, a su partido, a la Constitución, a España y al Rey. Y el más poderoso de todos los políticos de su tiempo. «Lo sé todo de todos».

Cuando escribo pasea por el límite que separa la vida de la muerte. Y mucho lo lamento. Me hubiera gustado un Rubalcaba más sincero y certero en los últimos tiempos. Eligió el silencio como otros optaron por la voz. Pero quien hoy yace sin luz en la cama de un hospital, fue un grande. Y lo escribo plenamente convencido de ello. Y con la memoria alegre de su cordialidad.