Opinión
Sin red
Antes la familia extensa era una red que sentía su responsabilidad a la hora de acoger a un miembro en crisis, por enfermedad o economía, ahora vivimos sin red. Las familias han cambiado y están desperdigadas. Son de pocos miembros, llegando a la familia nuclear que es la que habita en una casa. Y que, en estos tiempos, está llena de personas solas o con animales domésticos. A la soledad se suman los problemas de la selva capitalista. Los sin techo, ya no son los borrachitos trastornados. Los sin techo podemos ser cualquiera; hombres y mujeres cultos, cotizados y cotizadores. Un viejo amigo, sin familia, me contaba ayer que le habían jaqueado la cuenta del banco y que su saldo procedente de una pequeña pensión, era ahora de dos euros. Los recibos no se habían pagado y le habían cortado todos los servicios, luz, teléfonos, gas... No podía comunicarse ni tomar el metro. Acudió a los servicios sociales y le dieron cita para dos días después. Entró en pánico. Se imaginó viviendo en la calle, con cuatro cartones, recitando sus maravillosos libros de poemas. No exagero un ápice, aquellos que no tienen casa propia, pensión digna o familia acogedora, pueden verse en situación de calle o en albergues fríos. Porque los albergues municipales todavía no han conseguido ser ni medio hogar. Y no se dan cuenta los responsables de que los «usuarios» necesitan el pan y la flor. El pan para vivir, la flor para tener ganas de vivir. Por eso habrá que buscar urgentemente otros tipos de viviendas sociales, de políticas de inclusión. Hay que replantearse esta sociedad nueva. En la que ya nadie muere de hambre, pero sí de pena.
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