Opinión
Aprender desde la emoción
Nuevas comprobaciones científicas constatan lo que el sentido común nos decía desde antaño: el cerebro necesita emocionarse para aprender. De nada sirven las clases magistrales ni la memoria si no hay un interés en el alumno. Esta es una de las causas del fracaso de la enseñanza convencional. El reglamento, el programa y la fórmula es igual para todos. Suele ocurrir, entonces, que los más inteligentes o los más rebeldes sacan las peores notas. La uniformidad margina la diferencia.
Les voy a poner dos ejemplos muy claros de el sentido de la emoción en el aprendizaje. Los actores y actrices se aprenden un número colosal de folios de memoria y al pié de la letra en poco tiempo y hasta con edades muy avanzadas. Muchos espectadores piensan que eso es lo más difícil del trabajo en la interpretación.
Error, eso es casi lo más sencillo. Porque en cada frase que el interprete aprende hay una emoción. Porque los actores, además, están conmovidos con el personaje que han de encarnar y sus palabras. Lo que memorizan no va sólo a su cerebro, va a su cuerpo y a todos sus sentidos. Otro ejemplo impresionante es lo de los enfermos de Alzheimer, lo último que olvidan es la música y sus letras. Porque la música se ha impregnado en todo su ser con la fuerza de la emoción y ese recuerdo es imborrable. Hay que replantearse a fondo la enseñanza ya, hay que entender que sin cierta libertad en los profesores y los alumnos no habrá libertad en el aprendizaje, como tampoco la habrá en la elección de lo que cada persona se dedique en la vida. Hay inventivas nuevas ya probadas.
Apostemos por ellas.
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