Opinión
A por la desinvestidura
Ya falta menos para que conozcamos la fecha elegida por Pedro Sánchez para su sesión de investidura, la que pone en marcha el reloj de cara a una posible repetición de las elecciones en el caso, cada vez más probable, de que tanto Unidas Podemos como PP y Ciudadanos sigan enrocados en sus diferentes posturas. De entrada, lo que nadie le va a quitar al presidente es pasar por el trago de salir del Congreso igual que ahora, en funciones y sin conseguir que el resultado de las urnas refrende lo que consiguió mediante una moción de censura con la colaboración de unos socios que ya han dejado de ser generosos y desinteresados para pasar a exigir dividendos.
Nada es gratis y en política, menos. A lo que no parece estar dispuesto Sánchez es a sufrir de nuevo la humillación de someterse a una segunda vuelta y pasar de ser el primer candidato de la historia democrática que fracasa en su intento de ser investido presidente del Gobierno –mérito que consiguió en 2016– a ser el primer candidato de la democracia al que se le descascarilla por dos veces la investidura. Como medida de presión la estrategia es brillante aunque poco coherente en alguien que puso a Rajoy como un trapo por negarse a asumir el encargo de formar gobierno y no ser capaz de conseguir los apoyos suficientes.
De cara a la calle, el gesto, que no deja de ser un tanto chulesco, será muy aplaudido si le sale bien y se le volverá en contra si en contra de lo que predicó en su día se niega a agotar todas las oportunidades antes de tirar la toalla, más que nada porque estamos empachados de urnas y porque va en el sueldo de sus señorías y no en el nuestro, el estrujarse el cerebro para hacer un canasto consistente con los mimbres de nuestros votos
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