Opinión

La habitación del niño

No hay nada más infantilmente hilarante que Torra dejándose decir que no va a permitir que nadie relacione independentismo con terrorismo. Supone la enternecedora ingenuidad (o la desmesurada egolatría) de pensar que alguien vaya a necesitar aquí su permiso para relacionar alguna cosa. Los catalanes de uno y otro signo ya hace tiempo que hacemos las cosas sin preocuparnos para nada del supuesto permiso que tendría que darnos cualquier pobre hombre desacreditado: nos basta con mirar a nuestro alrededor. Solo hace falta emerger de la parada de metro del barrio barcelonés en que nací y crecí (Horta) para que podamos encontrar un mural pintado con todo detalle por afines a la CUP donde dice «menos lazos y más cócteles molotov».

Lleva ahí muchísimo tiempo y ningún pacifista poder institucional se ha ocupado de borrarlo. Los cócteles molotov provocan unas quemaduras terribles, no sé si lo saben. De todas esas evidencias que nos saltan a los ojos, los catalanes sacamos, por supuesto, nuestras propias conclusiones.Aquí en Cataluña, algunos quieren convencernos de que la solución al odio y la violencia es echar de Cataluña a la Guardia Civil. Evidentemente, resulta lógico que los delincuentes quieran que se marche la policía para poder trabajar a sus anchas. Menos lógico es que sean los propios políticos los que deseen dejar desprotegida a la población. Por eso, la posición de los Mozos de Escuadra es enormemente controvertida y, mal que les pese, proyectan la percepción de un cuerpo desestructurado, presionado por el poder político de los regionalistas, donde se dan destituciones y dimisiones fulminantes. En 24 meses ha tenido ya cuatro jefes: Trapero, López, Esquius y Sallent.

De la salida de Esquius (un hombre de aproximado consenso) y el meteórico ascenso de Eduard Sallent (quien hasta hace poco era mero intendente) solo puede deducirse la voluntad de Miquel Buch, el consejero regional de interior, de garantizarse una fidelidad ideológica por encima de la ordenación profesional. Ahora se añade la marcha del director Andreu Martínez que, si ya resultaría polémica en circunstancias normales, no te digo cuando sucede bruscamente la víspera del 1-O. Todo deja una sensación pastosa de habitación adolescente desordenada, con la ropa sucia tirada por el suelo. La pregunta entonces es obligada: si no son capaces de ordenar sus propias oficinas, ¿cómo van a tener la capacidad de mantener el orden por las calles.