Opinión
¡Por mis muertos!
A Franco le modificaron los planes. A todos nos modifican los planes en algún momento de nuestra vida. Y nada, o casi nada, lo puede evitar. Por ejemplo: una huelga de controladores aéreos cuando ya lo tenías todo previsto para viajar a Bolonia por mor de unas conferencias. Los viajes cancelados, el congreso desbaratado porque nadie puede llegar, y todo así. Pero las cosas se recomponen y entonces pensamos: también a Franco se le trastocaron los planes de hace cuarenta y cuatro años y lo han sacado de donde quería reposar para los restos.
Sin encomendarse a Dios ni al diablo lo han llevado al lado de la parienta que ¡vaya usted a saber si quería estar allí! Me agrada saber que mi madre está en el lugar que siempre amó desde pequeña, en aquel cerezo desde el cual cayó y se destrozó la cara siendo niña, quedándole luego mucho más bella y tersa en su edad de anciana por el tratamiento de yodo que le habían aplicado... Y papá, reposando al lado de mi abuela y mi rubio abuelo de quien he tenido la suerte de heredar su británico ADN, ese legado del que nunca estaré lo suficientemente agradecida. A los muertos no hay que moverlos de sus sitios.
Sin embargo, a Franco lo han sacado del lugar donde descansaba desde hacía cuarenta y cuatro años. Si en aquel momento, en noviembre de 1975, lo hubieran incinerado y esparcido sus cenizas sobre Cuelgamuros, o sobre Paracuellos del Jarama para vengar las matanzas acontecidas sobre aquel valle en la Guerra Civil española, ahora Sánchez no tendría como cortina de humo una figura histórica sobre la que apoyarse para disimular la situación del país y lo impresentable que resulta su campaña ante las próximas elecciones del 10 de noviembre. Pero todos nos preguntamos, ¿a quién le importa que Franco esté en Mingorrubio o en el Valle de los Caídos o en el cementerio de San Amaro en La Coruña? No se debe profanar el sueño de los muertos, decía una película de hace muchos años, de cuando yo era niña, cuando, a propósito, en mi colegio, nos eligieron a unas cuantas para llevar unas coronas de flores al Pazo de Meirás cuando el deceso del dictador, en un homenaje tan solemne como inexplicable puesto que el muerto ni estaba allí ni se le esperaba, pero el caso es que estuvimos tres días sin clase y eso molaba un rato.
Franco murió en 1975, cuando algunas estábamos en la más florida adolescencia, como la mayoría de los que vamos a ir a votar el 10 de noviembre con una cara de pereza tremenda pero con la conciencia de que hay que hacerlo para salir de esta mierda de una vez por todas.
Me van a perdonar la insolencia pero estoy segura de que tanto ustedes como yo estamos hartos de tanta merdez, cuando en estos días hemos tenido que apoquinar varios miles de euros al fisco por IVA, retenciones y distintas formas de contribución fiscal que disminuyen nuestra capacidad adquisitiva porque sabemos muy bien que esos dineros van a la manutención de los golfos que nos gobiernan «en funciones», y nos van a fornicar todavía más si ganan las elecciones.
Sé bien que estamos en una situación desesperada y que no sería de extrañar una nueva convocatoria de elecciones porque de esta ningún partido alcanzará la mayoría absoluta. Pero créanme si les digo que me importa un bledo porque, impuesto más o impuesto menos, no voy a dejar de tomarme la misma copa de buen vino ni tampoco la buena gamba de Huelva, aunque sea más pequeña. ¡Por mis muertos!
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