Opinión

Máximo éxito, mínimo talento

Dibujo estas líneas con un trocito de chocolate con arándanos y ajonjolí en la boca para que no se divisen demasiadas amarguras, aunque he de decir que esta golosina tiene el 72% de cacao puro, con lo cual muy dulce no es, pero para este propósito, vale, teniendo en cuenta que quizá sea el único azúcar en los últimos diez días. Ha muerto la cantante de Roxette y me da pena porque era una de mis favoritas. Tenía carisma y talento, de ahí su éxito. En estos momentos suena un fondo de música, aquí en mi zulo/estudio, con la canción «Listen to your heart», aplicable a algunos que triunfan con una cantidad mínima, casi inapreciable, de talento. No es el caso de Marie Fredriksson, ciertamente, pero sí, por ejemplo, de Enrique Iglesias, a quien su padre, el gran Julio Iglesias, lo bendijo al firmar su primer contrato diciéndole: «Hijo, ¡viva la madre que te parió!». Y, ciertamente, hay que seguir exclamando aquel beneplácito de su progenitor porque, el chico, exhibiendo poquísima voz, muchísimos gallos y una infinita cantidad de fallos en su artística persona, goza de un equipo que le proporciona grandes triunfos en el mundo entero, y su fama, su renombre y su notoriedad a nivel internacional es absolutamente innegable.

No sabemos nada acerca de la mamá de Sánchez, pero no puede decirse que sea un bien parido pese que la que lo echó al mundo no tenga la culpa, que sin duda no la tendrá. Otro que tal baila, que con cero talento, ni capacidad, ni inteligencia, ni preparación lleva la friolera de dieciocho meses ocupando la Moncloa, fastidiando el devenir de España, arañando atribuciones al Jefe del Estado y preparando un gobierno de terror. Amargados, asqueados y aburridos nos tiene con sus pactos con golpistas, con terroristas y con la hez de ultraizquierda que llevarán al país a un bolivarianismo inevitable si la cosa sigue pintando como pinta. Menos mal que, en estos días, y luego de acceder a Zarzuela para entrevistarse con el Rey, los mañicos de «Teruel Existe» han dicho que ellos no apoyan esta investidura. Y es que Teruel existe, ¡vaya si existe!, y qué felicidad vivir en ciudades pequeñas, recogidas (¿o debería decir «arrecogías» para que se me entendiera mejor?), donde la cotidianeidad consiste en lo que pasa en la parroquia. Estos días pasados me permití el lujo de vivir medio aislada en las montañas, como Heidi, sin interesarme demasiado por lo que ocurría en el exterior, es decir, de las montañas hacia afuera, y ha resultado muy descansador y aleccionador porque, a mi regreso, me di cuenta de que no importa demasiado vivir en el aislamiento, además de llegar a la convicción de que proporciona más felicidad. Por eso me pregunto por qué hay pueblos despoblados, valga la redundancia, si la vida resulta más serena fuera del tráfago diario de las grandes urbes. Muchos reconocemos sin ningún tipo de pudor ni falsas actitudes hipócritas que amamos el asfalto, pero sólo hay una razón que lo explica, y es que hemos nacido en él, sin olvidar aquellos infantiles veraneos en que nuestras mejores amigas eran las gallinas, los pollitos recién nacidos, los bueyes tirando de los carros de heno y las vacas que veíamos ordeñar cada atardecer con aquel olor a leche fresca, aquella fragancia que ya nunca recuperaremos. También los burros cargando la yerba recién cortada que alimentaba aquellas vacas y por eso aquella leche desprendía una nata que cada mañana nos extendían sobre un pan recién hecho, todavía caliente. La gente deja el agro y viene a las grandes ciudades igual que los niños van a concursos para llegar a ser cantantes como Enrique Iglesias (éxito sin talento), o la vocalista de Roxette (carisma y capacidad), pero para esto último hay que nacer.