Opinión

Doblados y humillados

El problema que existe en este país con el nacionalismo irredento no es de convivencia, ni territorial, ni político. Se reduce a un complejo de inferioridad que impide al gobierno de turno echarle narices y poner en marcha una reforma de la ley electoral que los deje reducidos a lo que son: partidos regionalistas. Se les ha permitido creerse David frente al Estado Goliath cuando lo cierto es que no pasan de ser la pulga que picó al tren. Sin embargo, basta con ver cómo el PSOE hace a ERC una concesión diaria hasta rozar los límites de lo tolerable, para saber que estamos vendidos a golpe de genuflexión. A cambio, y por lo poco que conocemos de esas reuniones en las que se cuece la investidura de Sánchez, Esquerra no ha hecho, que sepamos, ninguna concesión, ni un mínimo gesto que nos lleve a pensar que en vez de una subasta lo que hay sobre la mesa es una negociación. Malo es que tengamos que depender de ellos para poder tener gobierno, pero mucho peor es que se trague con la humillación pública que supone ver al partido que ha ganado las elecciones y que tiene casi siete millones de votantes, darse con la nariz en las rodillas frente a otro que no llega al millón. Cada sapo que se traga el Partido Socialista –y ya son unos cuantos–, cada amén frente a las exigencias, cada pisotón a la palabra dada para no molestar a la pulga, cada declaración de la señora Villalta dejando de mentiroso al ministro en funciones de turno es un peldaño que el independentismo sube en la escalera de su autoestima que no es moco de pavo. Una de las «virtudes» de quienes pretenden ganarle el pulso a la democracia rompiéndole el brazo es que se creen superiores. Lo triste es que, por lo visto, les hemos comprado el mensaje.