Opinión

El hombre privilegiado

Ahora que ya no compito con los hombres puedo verlos más como son. Veo que sus roles sociales, esos en los que les han educado y que les imponen como actuar, son un arma de doble filo. Y el filo malo es muy malo. Recordemos que la esperanza de vida de los varones es menor que la de las mujeres. Pues bien, uno de los factores de riesgo en ellos es su propia actitud, sus prácticas aprendidas. Hay una alta incidencia de muertes por violencia en hombres. Y la violencia es un rasgo sociopático. A los varones se les enseña que hay que pelear físicamente cuando alguien te ofende. En lo político eso genera conflictos bélicos que arrastran muchas bajas. Pero en el ámbito privado, tener que demostrar la hombría día a día es peligroso y agotador. Los datos revelan que hay en ellos una búsqueda intencionada de situaciones de riesgo. Tener que demostrar, muchas veces ante las mujeres, su valentía, su fuerza física, su osadía, tiene consecuencias a veces nefastas, y siempre fatigosas. Los hombres sufren de negligencia contra sí mismos. Cuidarse, y cuidar a los otros es, les han dicho, algo femenino.

He visto tantas veces a mis parejas o amigos en postureo de macho alfa. Aún lo veo y, la verdad, es que siento una mezcla de humor y compasión. Humor cuando un hombre carga con más de lo que puede y se derrenga, o corre tanto que se lesiona, o se rompe un diente al abrir un botellín con la boca. Pena me da que no les permitan vivir a tope su paternidad, su tiempo de leche y miel, su fragilidad verdadera, su mundo emocional. Su ser. Hay privilegios que matan.