Opinión
Iglesias, flautista de empresarios
Pablo Iglesias, aunque en la práctica ha cedido, se ha apuntado el primer gran tanto de la legislatura ante su verdadero rival, que no es otro que Pedro Sánchez, su socio de coalicición. El acuerdo, más que rápido entre empresarios y sindicatos, con la ministra podemita de Trabajo, Yolanda Díaz, de más que maestra de ceremonias, para subir el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) a 950 euros, está ya en la sala de trofeos del vicepresidente segundo y lo exhibirá con orgullo. Sánchez no le ha dejado mucho margen, pero sí los terrenos más agradecidos y aprovechará todo.
Iglesias, desde su cómodo puesto en el Gobierno, juega a largo plazo y, con su mejor piel de cordero, pretende demostrar que Unidas Podemos tambièn es capaz de gestionar y alcanzar acuerdos, incluso con los empresarios. La ministra Díaz, educada en el sindicalismo duro, soñaba con los 1.000 euros mensuales de SMI, apoyada con entusiasmo por el líder de UGT, el astur-catalán José Maria Álvarez, y con más realismo por el de CCOO, Unai Sordo. La ministra Calviño, que no domina el terreno laboral pero estaba advertida, intervino para que la subida salarial no se desmadrara, pero fue Iglesias el que tuvo la última palabra. Renunció –por ahora– a que el SMI llegara a los 1.000 euros para alumbrar un acuerdo válido para todos, al menos en teoría. Además, tampoco tuvo empacho,¿quién lo iba a decir?, en lanzar flores a Antonio Garamendi, presidente de CEOE, también satisfecho porque el SMI se quedó en 950 euros. «Garamendi –Iglesias dixit– ha trabajado de maravilla». No opinan lo mismo los empresarios de la agricultura, la limpieza, el textil y la hostelería, por ejemplo, que recuerdan que, en apenas tres años, desde 2017, el SMI ha subido un ¡45%!, porque todo empezó aquel año, con Rajoy en el Gobierno, con un aumento del 8%. También entonces hubo un compromiso, con Fátima Báñez de por medio, de llegar a los 1.000 euros y, eso, aunque solo sea por un año, lo ha evitado Garamendi, que debe apechugar con la imagen de que ha cedido demasiado pronto. Las cúpulas empresariales recelan, es obvio, de Iglesias, pero ahora, y porque todo podría ser peor, incluso le agradecen que cediera a la mitad de sus exigencias, aunque ejerciera, de alguna manera, como una especie de flautista empresarial –los ha llevado a su terreo–, que nunca olvida que su objetivo último es la silla que ocupa Sánchez.
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